Tras la clarividente experiencia que supuso el estreno en 2003 de Dogville, Von Trier retoma la trilogía dedicada a América con Manderlay, otra vuelta de tuerca a la doble moral imperante en el llamado país de las libertades.
El talento del que Von Trier viene haciendo gala desde los años ochenta se ha puesto al servicio de lo que se conoce como sus grandes trilogías. Comenzó con tres historias acerca del viejo continente en El elemento del crimen (1984) a la que se unió más tarde Epidemia (1987) y Europa (1991). La experimentación con la imagen y su concepto de cine le animó a crear el manifiesto Dogma 95, del que se han escrito alabanzas y reproches a partes iguales y donde la iluminación y demás esteticismos adquirían un segundo plano en favor de unas historias bien contadas, por unos intérpretes que rebosaban inspiración sacada de las tripas (Los idiotas, Rompiendo las olas y Bailando en la oscuridad dan buena muestra de ello).
Más tarde comenzó a gestarse una trilogía arriesgada para alguien que supuestamente resulta ajeno a una cultura como la estadounidense, pero volvió a sorprender a propios y extraños con Dogville fábula de indudable magnetismo que dejó clavados a los espectadores en las butacas de medio mundo. Con Manderlay, obtiene la misma repercusión que su antecesora, tocando los mismos resortes que encumbraron a ese principio de trilogía USA como fiel reflejo de las paradojas que azotan la mentalidad occidental.
Cruel, embaucadora, intensa, hipnótica... esta cinta provoca toda clase de sensaciones dejando un incuestionable poso de amargura horas después de haber salido de la sala. Sus planteamientos obligan a reflexionar sin descanso acerca de las virtudes y miserias de un poder ejercido democráticamente pero lejano en su pretensión de llegar a ser visto como símbolo de la perfección.
Reclamos como los horrores de la esclavitud, el abuso de poder y el doble rasero se imponen a golpe de machete, sacudiendo conciencias como sólo Von Trier sabe hacer. El film se inicia con la salida de Grace y su padre de un pueblo arrasado. El cuestionable cambio de actriz no se hace palpable en ningún momento, dado que la inmensa Bryce Dallas Howard nos hace olvidar al instante a la Kidman, por otro lado maravillosa, pero una llega a la conclusión de que nadie es insustituible.
El conjunto no desmerece en nada a la primera incursión de esta trilogía, hermanadas ambas a través de la misma escenografía e iluminación minimalistas, primando en todo momento un relato desgarrador que invita cuestionarse unos principios que han sido sacudidos de tal forma que resulta difícil pensar con claridad. El vapuleo constante a nuestras bienpensantes conciencias acaba con una poderosa retahíla de fotografías que nos acercan a una realidad dificil de digerir en el siglo que dejamos atrás que sin embargo sigue sucediéndose en éste.
Lars Von Trier nunca deja indiferente, y eso es algo que deberíamos agradecerle, por ejemplo, comprando una entrada para ver Manderlay.