El debut de Tommy Lee Jones en la dirección se sostiene esencialmente en una estructura sólida.
Resulta cada vez más habitual toparnos con ejemplos de actores metidos en labores de dirección. Su grado de compromiso a la hora de participar de la historia detrás de la cámara les lleva a una implicación personal a la que no están demasiado acostumbrados cuando se sitúan delante. Si además mueven los hilos como productores, se encuentran con una libertad perdida hace mucho tiempo, cuando los directores y no los estudios eran dueños de sus propias ideas, pudiéndolas adaptar a su estilo y no al servicio del poderoso metal.
George Clooney y Tommy Lee Jones representan dos loables acepciones de lo que significa “salirse con la suya” llevando a buen término sus propuestas, sin perder ni un ápice de integridad artística. En Clooney ya es un hecho con el estreno de Buenas noches y buena suerte, y Tommy Lee Jones ya obtuvo su merecido éxito en Cannes con el estreno que nos ocupa Los tres entierros de Melquiades Estrada, donde se premió su interpretación y al guión de Guillermo Arriaga, inmejorable apuesta dado que firmó los libretos de Amores perros y 21 gramos.
El guionista sigue por los mismos derroteros tratados en anteriores relatos, rescatando un estilo narrativo muy peculiar, nada lineal, destripando paulatinamente las actuaciones de unos personajes absorbidos por el lento quehacer y el polvo del desierto de la tierra tejana, erigida aquí pieza fundamental del entramado.
La sobria descripción de los personajes se resuelve de manera acertada y muy precisa. Así, lo que en un principio se plantea como una investigación policial al uso sobre el asesinato de Melquiades, mejicano sin papeles y a la par fiel amigo de Pet (Tommy Lee Jones) acapara toda nuestra atención al convertirse en un drama humano inspirado en el largo recorrido hacia la redención y el perdón como única forma de sobrellevar los errores más injustificados.
Ahora cabría preguntarse, ¿De qué manera consigue su director emocionarnos hasta tal punto? La respuesta es la contención, tanto en su labor de dirección como en la interpretativa. Fiel a su dominio del gesto, impertérrito, de mirada profunda y curtida en tantas lides, el actor al que incomprensiblemente le dieron el oscar por un papel menor -recordemos que Pete Postlewaite le daba mil patadas en En el nombre del padre y él se llevó el gato al agua por El fugitivo- compone uno de los papeles de mayor enjundia de toda su carrera. Dando vida a este cowboy al que su amistad con Melquiades le motiva a iniciar un largo viaje, a lo largo del mismo el arrepentimiento genera uno de los finales más emocionantes que esta servidora haya presenciado en mucho tiempo.
Es cierto que en ocasiones la historia tarda en materializarse, y es justo en el trayecto de EEUU a Méjico donde el espectador encuentra la lógica del film, viaje en el que impera la intensidad narrativa y se revela el gran acierto de la cinta. Dura, sencilla, conmovedora... el debut de Tommy Lee Jones en la dirección se sostiene esencialmente en una estructura sólida que además propone la comprensión entre dos culturas bien diferentes. Un lujo dado los tiempos que corren.