Cuando leyó la noticia del brutal asesinato en Holcomb, intuyó que en el hecho latían fuerzas y posibilidades secretas que sólo él podía descifrar.
Capote ha sido incluida también por la Academia de Hollywood en el quinteto de competidoras por el Oscar a la mejor película del año. Una sorpresa para quienes solo atiendan a su exiguo presupuesto (siete millones de dólares), al escaso renombre de sus artífices hasta hoy, o al tema que aborda. Sin embargo, es precisamente la profundidad y la exigencia con la que los implicados han perfilado la figura del escritor Truman Capote (1924-1984) la que ha llamado la atención de los académicos y de las asociaciones de críticos de Toronto, Nueva York, Boston y Chicago.
Para Bennett Miller, realizador del documental The Cruise (1998), premiado en la Berlinale, su segunda película va más allá de lo biográfico: "hablamos de un artista que hacía todo lo posible para completar su obra magna, pero no entendía por lo que está pasando a nivel personal ni el rumbo que iba a tomar su vida". En noviembre de 1959 Capote era una figura emergente en el ámbito cultural norteamericano. Había publicado Otras voces, otros ámbitos (1948), El Arpa de Hierba (1951) y Desayuno en Tiffany's (1958); había intervenido en los guiones de La Burla del Diablo (John Huston, 1953) y Estación Termini (Vittorio de Sica, 1953); y colaboraba regularmente en la prestigiosa revista The New Yorker. Pero cuando aquel invierno leyó la noticia del brutal asesinato en Holcomb (Kansas) de una familia de granjeros a manos de dos ex-convictos, intuyó que en el hecho latían fuerzas y posibilidades secretas que sólo él podía descifrar.
Por una parte, Capote deseaba demostrar desde hacía tiempo que los hechos reales pueden ser un material tan válido para la creación artística como la imaginación. Por otra, apreciaba en el enfrentamiento entre la civilización, representada por la sociedad bienpensante de la localidad donde tuvo lugar el suceso, y los criminales ya detenidos, una similitud con sus propias ambivalencias. El respeto crítico, la celebridad social, y su posición de literato mimado por las elites neoyorquinas, no bastaban para limar las aristas de su pasado y su carácter. Truman seguía siendo en el fondo el niño solitario y asmático, criado por progenitores desatentos y primos muy mayores, a quien interesaban pocas cosas: “leer, ir al cine, bailar claqué y dibujar. Y un día comencé también a escribir, y me encadené de por vida a un amo noble e implacable”.
Físicamente, tampoco parecía haber abandonado la infancia. Homosexual deshinbido, Truman se sentía inseguro en cambio por su voz atiplada, su miopía, su cuerpo frágil y su rostro de muñeco. Características que gracias a la puesta en escena y a la extraordinaria composición de Philip Seymour Hoffman –un hombre corpulento y de voz grave- se reflejan en Capote hasta el punto de haber hecho exclamar al principal biógrafo del escritor, Gerald Clarke, que “Philip ha resucitado a Truman”.