Este año, Hollywood ha optado por producciones de temática valiente, muchas de ellas posibles triunfadoras en la carrera hacia los Oscar. Los ejemplos son varios, cowboys que asumen un amor imposible, ataques directos(Syriana) y no tan directos(Buenas noches y buena suerte) a la política estadounidense, dando todo cuerpo a un alegato contra el conservadurismo más recalcitrante.
Ahora le llega el turno a Transámerica, film rodado con escaso presupuesto y enormes dosis de honestidad acerca de un transexual que está a punto de pasar por quirófano para convertirse definitivamente en mujer. Una llamada inesperada desde un correccional de menores le pone al tanto de una circunstancia que parecía poco probable: durante sus años universitarios tuvo una relación heterosexual. Como consecuencia de ello, Bree, antes conocido como Stanley, debe asumir la “paternidad” de un hijo adolescente metido en problemas.
A modo de “road movie” -género sobradamente recurrente en la esfera independiente- el debut cinematográfico con el que Duncan Tucker ha participado en diferentes festivales internacionales(Berlín, San Francisco o Deauville lo atestiguan) supone una estimulante exploración de una sociedad que rehusa convivir con la diferencia. El retrato creado en esta película discreta en su factura aunque de gran calado emocional, discurre por las áridas carreteras de la América profunda, apropiándose de ella un poso tierno que produce una sonrisa en la cara del espectador, para más tarde congelarla a base de situaciones difíciles de digerir.
Bucea con acierto en la incomprensión generada por una familia esperpéntica (fantástica Fionnula Flanagan, vista en la cinta de Amenabar Los otros) y en el encuentro con un hijo que no parece tener un futuro muy prometedor, al contrario que su protagonista Kevin Zegers.
Pero esta sugerente visión sobre relaciones paterno filiales -¿o debería decir materno filiales?- no tendría ningún valor sin la asombrosa interpretación de la que Felicity Huffman hace gala. Resulta impensable ver a cualquier actor en la piel de Bree/Stanley, como en un principio parecía probable. La actriz, con una larga carrera teatral a sus espaldas -fundadora junto a su marido William H. Macy, productor de la cinta, y David Mamet de una compañía teatral del circuito off Broadway- recrea a las mil maravillas un personaje que le puede reportar el oscar a la mejor actriz. Teje la figura de una persona herida en busca de su verdadera personalidad, que culminará con la aparición de su pasado y la aceptación de su presente. La cinta se sostiene en gran medida por el inmenso talento desprendido por su protagonista.