“La flaqueza del bolchevique” es una de esas películas pequeñas, modestas y sin demasiadas pretensiones que empiezan normales, poco a poco se van cogiendo y al final dejan al espectador irremediablemente noqueado y pegado a la butaca.
Porque con la virtud de un argumento sencillo –que no simple- el debutante Martín Cuenca consigue un relato sólido y que va siempre hacia arriba sin alas, basado en la novela homónima del escritor Lorenzo Silva –también autor del libro en que se basó “El alquimista impaciente”-.
Es “La flaqueza del bolchevique” una historia de amor puro y platónico, aquel que quizá se contenta con contemplar la más pura y sensual belleza adolescente como quién contempla las mejores obras del Louvre, en la que los cuerpos no se tocan ni tan siquiera se llegan a besar.
El encuentro de un grande Luis Tosar con una sensualísima quinceañera Lolita –interpretada por lo que parece ser el descubrimiento del año, la aún menor de edad pero doblemente tremenda María Valverde- sirven de peana donde desarrollar noventa y cinco minutos de amor en conserva, aquel que late por debajo del celuloide y que nunca consigue que los labios se besen.
Un historia de amor romántico –en el sentido original de la palabra, ya que aquí no hay babosas cenas con velas ni ramos de rosas muertas- en la que la irremediable atracción hacia lo más bello, joven y puro es el motor que hace al protagonista adentrarse en terrenos que quizá no puede controlar, atraído por el único don que es a la vez el más bello y amargo, el de la belleza.