Una fantasía que tiene el universo entero como telón de fondo produce una sensación paradójica de claustrofobia y reiteración
La Columbia ideó originalmente Zathura como continuación de Jumanji (1995), aquella película en torno a unos niños que vivían realmente las aventuras selváticas sugeridas por un juego de mesa. Basada también en uno de los cuentos escritos e ilustrados por Chris van Allsburg, Zathura ha terminado siendo una película independiente, aunque su planteamiento y resolución podría hacer pensar en una secuela o incluso un remake del film protagonizado por Robin Williams y Kirsten Dunst.
En esta ocasión, los jugadores son dos hermanos de seis y diez años que no se llevan bien y no se sienten atendidos por sus padres, en proceso de separación. El menor encuentra en el sótano de su nuevo hogar un olvidado juego de aventuras galácticas, y al iniciarlo proyecta la casa al espacio exterior. Si los niños quieren volver a nuestra realidad deberán terminar una partida en la que no faltarán según las casillas donde se caiga lluvias de meteoritos, robots enloquecidos, feroces alienígenas o agujeros negros.
Una historia tan lineal, y cuya posible originalidad ya fue explotada por Jumanji, necesita de un gran talento para aliviar durante su metraje el hecho de que ya nos la sabemos. Pero a pesar de que en el guión de Zathura figura David Koepp (Parque Jurásico, La Habitación del Pánico, La Guerra de los Mundos), un experto en desarrollar situaciones únicas, lo cierto es que falta esa chispa de ingenio, y la película se limita a la sucesión de complicaciones arbitrarias en un mismo escenario, el interior de la casa. Una fantasía que tiene el universo entero como telón de fondo produce una sensación paradójica de claustrofobia y reiteración. A ello hay que sumar unos personajes bastante antipáticos, interpretados además sin inspiración (incluyendo a Tim Robbins, todo por la pasta), y una sobredosis de moralina como hacía tiempo no se veía en este tipo de productos.
Y si en Jumanji el director Joe Johnston sabía imprimir a la narración verdadero sentido de lo maravilloso, no es el caso del realizador de Zathura, Jon Favreau, que ya firmó la igualmente plúmbea Elf y que amenaza con adaptar al cine la saga literaria de Edgar Rice Burroughs sobre John Carter. Favreau hace del film una producción televisiva, y se equivoca al confiar la fotografía a Guillermo Navarro (colaborador habitual de Guillermo del Toro), que enturbia la acción otorgando a la imagen cierta cualidad pesadillesca poco adecuada para un divertimento infantil.
De manera que, salvo por los efectos especiales y algún guiño humorístico, Zathura no pasa de ser un entretenimiento menor en todos sus aspectos.