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Territorio Kinki

El cine de delincuentes español

Un artículo de Pablo Vázquez || 09 / 3 / 2006

JOSÉ ANTONIO DE LA LOMA



Nos guste o no, aquella era la realidad de nuestro país por aquellos años, y la cámara sólo retrataba lo que estaba frente a su objetivo.

La cruz que necesita toda cara. Si Eloy de la Iglesia hacía “cine de autor”, con su tesis y sus intenciones sociales, a la Loma le interesaba más el género puro y duro, la explotación sin concesiones, el sensacionalismo barato y fardón y la acción a raudales. En su haber, las imprescindibles dos entregas de “Perros callejeros”, todavía con la excusa del “retrato fiel de una realidad preocupante”, y “Los últimos golpes del Torete”, divertidísimo crossover de dos de los kinkis más emblemáticos, el Vaquilla y el Torete, ya sin coartadas de ningún tipo. Y de propina, “Perras callejeras”, sobre tres perdidas de la vida metidas a atracadores de bancos, y “Yo, el Vaquilla”, mítica biografía con olor a carátula de videoclub de barrio.

CHICAS MALAS



Territorio Kinki

Sonia Martinez fue vetada como presentadora infantil de TVE tras su paso por Interviu.

El cine de género, contra lo que la mayoría de la gente piensa, no es nada sexista. Tal es el caso que en nuestro territorio kinki, las mujeres tienen un lugar de honor. Y son chicas duras y temerarias, de esas que no se andan con chiquitas para conseguir lo que quieren, que suele ser hombres, drogas o dinero contante y sonante. Cuando se ponen, son mucho más peligrosas que sus acompañantes masculinos, y tienen el gatillo más fácil. En la climática “Chocolate” de Gil Carretero, el personaje de Paloma Gil adquiere una importancia inusitada, subrayada por unos inspirados monólogos, francamente emocionantes. Y la película por excelencia es “Perras callejeras” (no confundir con el clásico hardcore del mismo título), un batiburrillo filmado por un De la Loma algo desganado, resignado a explotar la franquicia. Su protagonista, Sonia Martínez, era presentadora del programa “3, 2, 1… ¡contacto!”, para luego meterse en una espiral de drogas y marginalidad, que la llevarían a prostituirse en la Casa Campo y a morir de SIDA en los primeros noventa. Otra historia tristísima y desgarradora, que marcaba a su vez el final de toda una época, incluso de un modo de entender el cine de consumo.

PRESTIGIO Y EXPLOTACIÓN



Varios directores “prestigiosos” se acercaron al rollo suburbial, de una forma parecida a la que, años atrás, la sosita “Cuentos eróticos” había abordado el fenómeno del softcore español. Los resultados, “Maravillas” de Gutiérrez Aragón, y “De tripas, corazón” de Julio Sánchez Valdés (starring “el Pirri”), fueron, en fin, títulos entonados y apreciables, pero carentes de la fuerza y la nitidez en el retrato de los clásicos por excelencia del subgénero. Quien firma esta líneas, no puede evitar preferir películas mucho menos distinguidas, encaminadas sin rubor alguno a la explotación de la fórmula, pero con bastante más verdad y carne en el asador: “La patria del rata” (con guión de Summers), “Juventud drogada”, “Chely, una historia estrictamente inmoral”, “Chocolate” y otros tantos incunables que merecían el más sesudo y coyuntural de los estudios.

REALIDAD



Clave básica del abrumador estilo de este cine, plenamente reconocible por el feísmo de la composición y la suciedad presente en cada uno de los planos. Nos guste o no, aquella era la realidad de nuestro país por aquellos años, y la cámara sólo retrataba lo que estaba frente a su objetivo. De ahí extraemos el principal handicap de las aproximaciones actuales: demasiada limpieza, demasiada composición de plano, demasiado academicismo y muy poquita realidad. Incluso, demasiada verosimilitud y muy poquita realidad. Como “Volando voy”, una película tan aplicada y loable como “Báilame el agua” (que vendría a ser a “Navajeros” lo que Los secretos a Burning, para entendernos) peca exactamente de eso. Al terminar de verla, puede que los no iniciados en actividades delictivas sintamos algo amargo en la boca, pero en ningún momento se nos pasa por la cabeza que Unax Ugalde o Pilar López de Ayala puedan terminar palmándola en un tiroteo o de una sobredosis. Mejor para ellos, pero peor para nosotros, como espectadores de cinema-verité castizo. (En contrapartida, esto sí ocurre en coproducciones más marginales, como “Cuernos de espuma” o “La vendedora de rosas”, cuyos protagonistas tuvieron finales tan desgraciados como los de “El Pirri” o Sonia Martínez. Cosas de la vida que imita al arte que imita a la vida…)



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