Comedia amable que no pasará a la historia del cine por innovar, pero que cumple a la perfección con aquello que un espectador debería exigir a cualquier film.
Acostumbrados a visionar según qué productos supuestamente cinematográficos cada fin de semana, llega una película como Mrs. Henderson presenta y corre uno el peligro de laurearla en exceso, llevado por la emoción de ver por fin en una cinta una buena serie de virtudes y pocos defectos.
Partamos de la premisa de que el último trabajo del casi siempre eficaz Stephen Frears (Alta fidelidad o la más reciente Negocios ocultos demuestran que sigue en forma) es una comedia amable que no pasará a la historia del cine por innovar a nivel formal ni argumental, pero que cumple a la perfección con aquello que un espectador medianamente inteligente debería exigir a cualquier film donde haya decido invertir su tiempo y su dinero.
Esbocemos el argumento para situarnos: la adinerada Mrs. Henderson enviuda y, debido a su poco convencional forma de ser, se niega a dedicarse a otros pasatiempos propios de otras damas londinenses de su edad y estatus social en aquella época (1937 al inicio de la proyección), tales como hacer punto u obras de caridad. Finalmente la protagonista decidirá enfocar sus energías en comprar un teatro para dedicarlo a las variedades, contando con la ayuda de un experto en dichas lides, Vivian Van Damm. El éxito será apabullante, pero la creciente competencia obligará a tomar medidas como la inclusión de desnudos femeninos en las representaciones, algo inédito por entonces. Con ello se irá tejiendo una agradable historia salpicada de breves números musicales, con toques típicamente británicos pero sin pecar de ombliguismo.
Decir que desde que te sientas en la butaca no paras de tomar nota de todos los detalles agradables que vas percibiendo. Primero los simpáticos títulos de crédito usando dibujos animados (y que hacen referencia a las diferentes tareas de los implicados en la realización, como ya sucedía en Amelie). Luego sorprende el carácter de Mrs. Henderson, excéntrico y con una personalidad digna de haber nacido de la pluma de Oscar Wilde. Cuando aparece como contrapunto el productor Van Damm se establece con rapidez una esperable relación amor/odio entre ambos, pero ésta no se desarrolla del modo que solemos ver en cualquier película al uso. Es algo que está en el guión, y que la labor de Judi Dench y Bob Hoskins, inmensos, eleva a altas cotas. Y hablando de guión, está lleno de frases ingeniosas y de sutilezas. Los personajes se muestran muy humanos, llenos de ambición y con un claro afán manipulador (basta con ver la primera conversación entre Mrs. Henderson y el Lord Chambelán). Además, hay secundarios que sólo toman protagonismo cuando toca, sin que por ello tengamos que estar viéndolos a todas horas mientras tanto.
Resalta también la magnífica labor de recreación del Londres de finales de los 30. Maquillaje, peluquería, vestuario y decorados cumplen a la perfección su cometido. Lo mismo cabe decir de la música, los números que van salpicando el desarrollo del argumento no interrumpen la acción sino que la hacen avanzar (como sucediera en Chicago), y eso contribuye al fabuloso ritmo narrativo que imprime Frears desde el arranque (contando en hora y media algo que a otro director le llevaría tres). Por último, añadamos unos toques antibelicistas dichos casi de pasada y una definitiva virtud de la que debería tomar nota cualquier realizador: en Mrs Henderson presenta no hay esa irritante manía de subrayar frases ni hechos para que los tengamos presentes, sino que todo se nos cuenta sin estridencias, y ya es tarea de cada espectador atar cabos y darse cuenta de lo fácil que es hacer cine inteligente cuando se quiere.
Imposible aburrirse con una simpática comedia que podrá pecar de algo ligera, pero que es más que bienvenida tal y como está.