la película presenta hechuras propias de Gran Relato televisivo
Aunque Tristán llegase a figurar en la mismísima Tabla Redonda del Rey Arturo gracias a la pluma de Thomas Malory, su romance con Isolda no ha tenido nunca la repercusión cultural de la que sí han gozado los amores de Lancelot y Ginebra o los de Julieta y Romeo. Ello es debido, quizás, a que debemos buscar su origen real nada menos que en el año 780 de nuestra era, o a que los dos poemas normandos que institucionalizaron la leyenda en la segunda mitad del siglo XII no son muy populares. Sea como sea, lo cierto es que hasta la fecha solo la ópera de Richard Wagner estrenada en 1865 ha hecho justicia a los amantes trágicos.
El cine tampoco ha aprovechado el potencial de este relato caballeresco, y la versión que ahora se estrena está lejos de representar un hito al respecto. Tristán & Isolda debe su existencia al auge de cine épico y pseudohistórico propiciado por el éxito de Gladiator y El Señor de los Anillos, y que con las recientes El Rey Arturo, Alejandro Magno y El Reino de los Cielos parece dar signos de agotamiento. Pero al menos todas las películas citadas garantizaban cierta ambición en sus planteamientos y en su resolución formal, mientras que la última película de Kevin Reynolds presenta hechuras propias de una de esas exploitation movies larvadas a la sombra de una tendencia, y facturadas muchas veces en forma de Grandes Relatos televisivos. Algo sorprendente además, considerando que entre los productores del film se hallan los esteticistas hermanos Ridley y Tony Scott.
Y es una lástima, pues tanto guionista como realizador han ofrecido en otras ocasiones rasgos de talento actualizando géneros. Dean Georgaris había firmado los guiones de dos remakes apreciables, Paycheck (2003) y El Mensajero del Miedo (2004). Y Kevin Reynolds, siempre apoyado por el montador Peter Boyle, demostró en La Bestia de la Guerra (1988), Robin Hood: Príncipe de los Ladrones (1991), Rapa Nui (1994), e incluso en algunos momentos de Waterworld (1995), poseer cierto carácter para la aventura primaria y los instintos básicos.
El relativo fracaso de Waterworld hundió la carrera de Reynolds, que en diez años únicamente ha dirigido 187, Muchas Mentes Peligrosas, un drama escolar a mayor gloria de Samuel L. Jackson, y La Venganza del Conde de Montecristo (2002), mortecina revisión del clásico de Dumas que ya delataba el cansancio de su director. Un cansancio que recorre de arriba a abajo Tristán & Isolda.
En cuanto a la narración, se desdeñan los aspectos legendarios o fantásticos, sin que a cambio Georgaris brinde interpretaciones historicistas, revisionistas o románticas muy definidas. Tristán & Isolda se limita a situarnos en el siglo V, describirnos los intentos del Reino de Irlanda por mantener divididas a las tribus de Bretaña para seguir ejerciendo su influencia en la zona, y estrellar a los jóvenes protagonistas la una contra el otro. No se hace demasiado hincapié ni en las intrigas, ni en las batallas, ni en los efluvios amorosos. La acción transcurre convencionalmente, sin inspiración. Y la puesta en escena sigue la misma pauta: planos cortos e inexpresivos, escasos figurantes, escenas de lucha nada emocionantes...
El punto que determina irreversiblemente la mediocridad de la propuesta es su reparto. Los actores no pasan de lo correcto, pero es imposible no destacar la nulidad de David O’Hara en su encarnación del malvado regente irlandés y, sobre todo, la de un James Franco que debe haber confundido Tristán con Tristón vista la abulia y el abotargamiento con que interpreta al héroe presuntamente desgarrado entre el amor y el honor.
Un par de críticos han tachado la película de “decadente, como cine antiguo”. Por favor, no confundamos lo antiguo con lo rancio. El Robin Hood de Michael Curtiz (1938) goza de bastante mejor salud que esta Tristán & Isolda, válida en el mejor de los casos para una tarde dominical en alguna cadena amiga.