Si Proof alcanza el aprobado es porque su base, muy endeble, se ve adornada por factores de producción
Pasados Oscar, Bafta, César, Goya y demás quincalla, durante un mes o dos aún habrán de estrenarse unas cuantas películas diseñadas claramente para conseguir nominaciones y premios varios, pero que por caprichos del destino no han tocado la fibra sensible de los académicos ni han sido consideradas susceptibles de alimentar suplementos dominicales.
Proof (prueba, evidencia en inglés) es una de ellas. Está dirigida por John Madden, a quien vete a saber porqué le cayeron encima varios Oscar hace ya ocho años por Shakespeare Enamorado, y que vuelve de la mano de la protagonista de aquel film, Gwyneth Paltrow, proponiendo otra operación de prestigio dramático. En esta ocasión a partir de una obra teatral de David Auburn, ganadora del Pulitzer y de tres Tony, que cuenta las dificultades de la joven Catherine (interpretada en pantalla por Paltrow) para esquivar la larga sombra de su padre (Anthony Hopkins), un brillante matemático que murió demente y que podría haber dejado como legado un descubrimiento teórico fabuloso y una locura congénita en su hija.
Hay un punto original en La Verdad Oculta, y es su defensa de la diferencia, el genio y el trabajo de creación, aunque se pague por ello un precio muy caro. En esto la película se desmarca de tantas comedias y dramas actuales (En Sus Zapatos, Manuale D’Amore, Volver…) que disfrutan ensalzando la vulgaridad y la cortedad intelectual. Al igual que Una Canción del Pasado, que abogaba por la literatura como actividad redentora de la mediocridad vital, el guión del propio Auburn y Rebecca Miller para Proof señala que, si bien caer en la locura o los comportamientos asociales por culpa de las ecuaciones no es una manera agradable de pasar la vida, tampoco lo parece el renunciar a la inteligencia y dedicar el tiempo a la hipoteca, las compras, la comida macrobiótica y los bares cool. Razonamiento que encuentra perfecta plasmación en el personaje de Claire, la hermana de Catherine, magníficamente interpretado –como siempre- por Hope Davis.
Salvado ese aspecto, justo es reconocer que poco más puede destacarse en el film. Se nota en cada escena su origen teatral y su torpe trasvase al cine. Se adivina desde el principio un secreto en la relación de Catherine con su padre, que por supuesto habrá de esperar al último acto para desvelarse. Se conjugan de manera arbitraria tiempos presente y pasado para inflar una trama que da poco de sí. Y las continuas discusiones a gritos entre Claire, Catherine, y Hal (Jake Gyllenhaal, el elemento romántico de la función) no aportan casi nada, más allá del lucimiento interpretativo. Anthony Hopkins y John Madden, por cierto, pasaban por allí.
De modo que si Proof alcanza el aprobado es casi en exclusiva porque su base, muy endeble, se ve adornada por factores de producción. Pero surge la primera duda: ¿Tenía algún sentido dedicar tanto talento a este guión? Y de aquí deriva la segunda, ya que se ha hecho tan poco por salvar el escollo: ¿Qué talentos, en realidad? ¿Los decretados hace varias temporadas en una ceremonia de los Oscar? Como dice el refrán, de aquellos polvos vienen estos lodos…