Las escenas de la muertes vuelven a ser un mecanismo de relojería donde el objeto más insignificante puede acabar con la vida de cualquiera
Pocas sorpresas ofrece la tercera entrega de la saga Destino final. Si en las películas precedentes la acción arrancaba en un accidente de avión o por un choque de vehículos en la carretera, ahora tenemos a un grupo de jóvenes que pocos días antes de su graduación pasan una noche divirtiéndose en un parque de atracciones y que se librarán de la muerte por los pelos, gracias a una premonición que tiene la protagonista.
Como sabrá quien haya visto las películas anteriores, la cosa no termina ahí: la Muerte tiene que cumplir con lo que está predeterminado, y no parará hasta que todos esos adolescentes descansen en paz eternamente, acabando con ellos en el mismo orden en que hubieran muerto en la montaña rusa (pero tomándose unos días de descanso entre muerte y muerte, para que los niñatos vean la que se les viene encima).
Entre lo poco positivo que se puede extraer, las escenas de la muertes vuelven a ser un mecanismo de relojería donde el objeto más insignificante puede acabar con la vida de cualquiera (la verdad, uno sale del cine mirando a su alrededor con recelo, temeroso no ya de objetos puntiagudos o cortantes, sino hasta de un tubo de crema bronceadora). Vale que a veces se roza el ridículo, como en las entregas anteriores, pero al menos hay un trabajo de guión para intentar mantener en tensión al espectador (otra cosa es que se logre). Destacar también lo sangriento de casi todas las escenas, algo sorprendente en una cinta americana de este tipo y que consigue hacerte esbozar alguna sonrisa por la cantidad de hemoglobina malgastada.
Por lo demás tenemos personajes estereotípicos fácilmente localizables en otras muestras del género fantástico (el deportista, las pijas, el sátiro, los siniestros) por cuyas bocas pasan unos diálogos que no tienen el menor interés como puro relleno entre o durante las escenas de aniquilación adolescente a pequeña escala. Decir también que el ritmo narrativo no sigue unas pautas claras: tan pronto aburre mortalmente en algunas escenas (porque se sabe lo que va a suceder, pero tarda muchísimo en suceder) como de pronto todo se acelera demasiado y la acción resulta atolondrada. En cuanto a la conclusión, quien haya visto las dos anteriores encontrará poca innovación también en ese aspecto.
Eso sí, el fallo más clamoroso del argumento es el elemento que sirve para provocar el accidente en la montaña rusa. Una vez que el grupo de protagonistas ha abandonado la atracción, ¿puede alguien explicar cómo es posible que se produzca el desastre si el desencadenante ya no se encuentra allí?
Quien quiera una excusa argumental bastante sobada y pobremente desarrollada con el fin presenciar un puñado de muertes sangrientas, aqui tiene su película. De lo contrario, abstenerse.