La cinta juega con el espectador enseñándole unas cartas que conoce para revelarle después un juego distinto.
El estreno de Instinto Básico en 1992 supuso un fenómeno social que sobrepaso los limites cinematográficos por varias razones. Su director, el holandés Paul Verhoeven supo tomar la medida justa al enrevesado guión de Joe Eszterhas, para realizar un trabajo modélico dentro del género del suspense que resumía buena parte de su clichés, pero que con el saludable atrevimiento que caracteriza a su realizador llevaba mas allá gracias al personaje de Catherine Tramell, la femme fatale definitiva de cuantas la ficción ha producido.
El éxito de taquilla y el merecido renombre que entre el público ha alcanzado la película hacían irresistibles la tentación de esta continuación que, de manera tardía, llega ahora a las pantallas. Y como sucede con toda secuela, las preguntas pronto surgen: ¿estará a la altura de su antecesora? ¿se limitará a repetir los logros del original? La respuesta no se antoja fácil.
En esta nueva entrega se nos presenta, como en la anterior ocasión, un peligroso juego del ratón y el gato entre la pérfida novelista y el psicólogo criminalista Michael Glass (David Morrissey) partiendo de un ¿accidente? automovilístico provocado por Catherine y que ha supuesto la muerte de su actual pareja.
Glass, al igual que sucedía con el policía encarnado por Michael Douglas, pronto dará muestras de tener un lado oscuro que propiciará su caída en las ambiguas redes de la escritora mientras se van sucediendo una serie de escabrosos asesinatos de personas relacionadas con ella.
Hasta aquí parece que nos encontramos con una secuela rutinaria que sigue al pie de la letra el esquema del film original pero sin el arrojo y la sorpresa de este. Y es cierto: Verhoeven ha cedido el puesto al más comedido y rutinario Michael Caton-Jones (Vida de este chico, Chacal) que mueve la cámara con solvencia pero sin mucho entusiasmo, mientras que las escenas de sexo carecen de la garra y el ardor de aquellas que inspiraron tantas fantasías morbosas –aunque en esto tienen mucho que ver los cortes realizados por el estudio-.
Sin embargo, lo que el espectador más achacará es la aparente ausencia de novedades en el conjunto, como vienen a demostrar ciertos elementos pertenecientes a la primera entrega que a priori dan la impresión de aparecer a lo largo del metraje más para recordar que estamos ante una secuela que por otra razón: elementos como la actriz protagonista esgrimiendo un picahielos -cuando este objeto no juega ningún papel en la trama-, el repetitivo uso que se hace del magnífico tema principal que Jerry Goldsmith compusiera para el film original, la función en la historia de algunos de los secundarios, el partido que se saca al entorno urbano en el que se desenvuelve la acción, las tramas referidas al pasado de los personajes...
Todos ellos son elementos que no hacen sino fijar en la mente del espectador la sensación de que está ante una repetición del modelo original. Y es ahí, sorprendentemente, donde Instinto Básico 2 esconde su mejor baza.
Porque como si fuera una de las retorcidas tramas que la protagonista idea para sus novelas, la cinta juega con el espectador enseñándole unas cartas que conoce para revelarle después un juego distinto. Aprovechándose de todas las ideas preconcebidas que el espectador tiene sobre el personaje de Sharon Stone (cuyo magnetismo, atractivo y capacidad de seducción como Catherine Tramell no han disminuido un ápice después de tantos años) el film se encarga de llevar de la mano al público por una dirección que cree conocer, alimentando esa sensación de familiaridad a través de la reiteración antes citada de componentes del film de Verhoeven para utilizarlo y hacerle reevaluar todo lo anterior desde otro punto de vista. Y aunque en una posterior relectura pueda encontrarse alguna incongruencia –que no revelaremos- lo cierto es que lo inesperado y verosímil de ese vuelco de los acontecimientos son dignos de un elogio que la soseria y falta de originalidad iniciales no hacían prever.
Al César lo que es del César: puede que “Instinto Básico 2” no sea un film tan impactante, trabajado e influyente como lo fue su predecesor y quizás sus giros no compensen lo endeble de su desarrollo, pero aún así su capacidad para sorprender consigue sobreponerse a las numerosas connotaciones de su función de secuela y logra no desmerecer a su inteligente y maquiavélica protagonista.