McGuigan es conciente de las posibilidades del guión y por ello le imprime un ritmo endiablado.
Siguiendo la estela revitalizadora del género policiaco de mediados de los 90 gracias a cineastas como John Dalh, Bryan Singer o Christopher Nolan, el film que nos ocupa, dirigido por el escocés Paul McGuigan (responsable de la reivindicable “Gangster Nº 1”) es uno de esos ingeniosos puzzles con olor a cine negro relatado con buenas dosis de arrojo visual y narrativo, que toma como motor de su historia el socorrido recurso de la confusión de identidad y las chocantes situaciones que se derivan de un error.
El argumento, con sus buenas dosis de elipsis y flashbacks, nos presenta la historia de Slevin (Josh Harnett), un tipo sin suerte al que su mal fario situará en el ojo de un peligroso huracán creado en torno a dos capos mafiosos rivales (Morgan Freeman y Ben Kingsley) y en el que se dan cita asesinos a sueldo, deudas de juego y personajes que no son lo que aparentan.
El guión conjuga todos esos elementos de manera eficiente, sorprendiéndonos cada pocos minutos con un giro inesperado pero perfectamente lógico y sin incongruencias, añadiendo además una saludable dosis de sarcasmo a través de situaciones de humor negro y diálogos llenos de carisma. Es posible que inicialmente el espectador se lleve la impresión de encontrarse frente a una serie de frenéticos episodios inconexos pero, como sucede al final de otros juegos de malabares narrativos similares a este como pudieran ser “Sospechosos Habituales” o “Memento”, todo encaja a la perfección e incluso entonces, cuando creamos ver el esquema completo, puede que nos llevemos alguna sorpresa mas.
McGuigan es conciente de las posibilidades del guión y por ello le imprime un ritmo endiablado que fija de manera permanente la atención del espectador sin darle tregua, y sin perder nunca de vista la claridad de la narración, adorna el argumento con una buena dosis de inventiva visual en secuencias como las de los flash-back, dotando de una llamativa ferocidad a las escenas de violencia. Acostumbrados como nos tiene el cine en general –y el proveniente de norteamérica en particular- a la violencia excesiva y banal, en el caso de la película que nos ocupa acciones tan simples como un disparo se nos muestran de manera tan rotunda y impactante que, pese al humor que impregna a la película, consiguen que la sonrisa se nos congele en la cara.
La última de sus tres bazas es sin duda su reparto. Empezando con un Josh Harnett que sabe como tomarle el pulso a un personaje en el que se alternan la ironía y la tragedia, el joven actor tiene como lujosos acompañantes a Morgan Freeman y Ben Kingsley, dando vida a dos excéntricos jefes mafiosos rivales que sostienen una guerra sin cuarteles encerrados en sus lujosos áticos desde hace dos décadas (sic). Junto a ellos la carismática Lucy Liu como la vecina del protagonista y un comedido Bruce Willis en la piel del asesino profesional Goodkat en un trabajo que nos remite, en mas de un sentido, a su papel del sicario Jimmy “El Tulipán” en “Falsas Apariencias”.
Puede que no presente grandes novedades e incluso que su argumento nos suene a conocido, pero frente a la vitalidad que desprenden sus imágenes, la capacidad de la historia para apoderarse de la atención del espectador y el buen hacer de su reparto esas observaciones carecen de total importancia, dando lugar a un resultado tan entretenido como vistoso.