La cultura yanqui del fast food, del capitalismo salvaje, ultraviolencia y demás maniqueísmos obsoletos, también incluye su inigualable instinto para el puro espectáculo. Si la justificación de un nuevo espectáculo tiene su raíz en el mito nietzschiano del superhombre, si le añadimos una creación absolutamente genial basada en el héroe perdedor, el superhombre sin vocación, y se remata con una desprendida avalancha de dólares, nos encontramos con un fenómeno tan descomunal ante el cual, conscientes de nuestra propia insignificancia, sólo nos cabe una pobre respuesta: gracias, gracias y más gracias a todos los participantes en esta enorme gozada.
Pasando ya al análisis más frío, el secreto de la peli se halla en su ajustada estructura narrativa, cercana al Superman de Richard Donner y opuesta al Batman de Tim Burton: es decir, una primera hora dedicada a presentar a los personajes, en la más clásica tradición aristotélica, sin prisas pero aprovechando cada segundo del metraje para aumentar la tensión de la historia de un modo gradual. Algo que ya estábamos echando de menos, dándolo por perdido, en las superproducciones Hollywoodenses, y un recurso infalible para saborear al máximo el clímax de la segunda parte del film. Un diez para Sam Raimi, por asumir sin complejos ni erradas pretensiones su papel de artesano del show.
Por otro lado, el guión más caro de la historia del cine sin duda podría estar firmado por el mismísimos Stan Lee. Se trata de una adaptación ejemplar, perfecta con el personaje de Peter Parker- buen trabajo de Tobey Maguire, acertando con su careto de “pobre chaval”- e incluso citando textualmente escenas extraídas de míticos tebeos, como el número 122 de The Amazing Spider-Man.
Eso sí, como todo en esta vida, debemos de advertir sobre las contraindicaciones del producto. Abstenerse prejuiciosos amantes del celuloide plomazo. Abstenerse quienes busquen respuestas, o nuevos interrogantes en torno al hombre contemporáneo. Quienes no sepan o no quieran comprender que esto es un juego que posee sus reglas, arbitrarias como todas. Maravillosas, para los que las disfrutamos, como bien pocas.