Positivo, que siempre hay algo, el trio de actrices principales.
Ello, a pesar de que se aprecian ingentes dispendios que evitan que el presupuesto no sea por una vez la excusa de sus males, si no la demostración final de que no todo es cuestión de medios, que el resentimiento victimista ante la industria americana se desmonta y hace añicos cuando uno de los directores afamados de nuestro cine remata un producto tan mediocre en lo visual, e insípido y desabrido en lo argumental.
Porque ahí, con un actor protagonista inglés con aspecto de anuncio de colonia –apropiado por el tipo de enamoramiento súbito con la futura emperatriz- expresa tanto en su vehemencia sobreactuada, que sólo la escasa intervención de su antagonista, el guerrero moro protagonizado por Rafael Amargo (sí, el bailarín, que esto de actuar funciona como funciona) con puños al cielo refleja igual énfasis gratuito.
Victoria Abril tiene su lugar desempeñando función de madura seductora frustrada, dispuesta a lucir pecho ajeno y bajos propios (con el exquisito sentido de la seducción que cabe esperar al cine patrio) colaborando desde el lado de las viejas glorias en ahondar en una de las señas de identidad principales de un director que gusta de mostrar mucha carne. Aunque aquí no la suficiente para ser el reclamo erótico que algunos desearían, centrando el grueso de la trama en una sucesión de correrías por pasillos mientras se tejen líos de faldas redundantes.
Secundarios con aspecto descolocado, probablemente por un rodaje en inglés que recuerda esa clásica demanda de impedir los doblajes de los productos yanquis para tratar de frustrar su vía de negocio, o vestuarios ostentosos con aspecto de baile de disfraces que lucen en decorados al gusto de jeque árabe de vacaciones en Marbella, son otros desatinos brillantes. Por no hablar de los retoques gráficos bidimensionales que se insertan en el resto de la decoración evidenciando la falta de un director de arte, y que impide en conjunto que el producto pueda ser tomado en serio en ninguno de sus aspectos. Todo posible recurso queda como un elemento descontrolado que Aranda nunca ha logrado tener bajo el control de su claqueta.
Positivo, que siempre hay algo, el trio de actrices principales, con la polifacética Leonor Watling acompañando al encanto seductor de Ingrid Rubio y a la Esther Nubiola de Crampack, en el curso de unos diálogos de enamoramiento simple y chismorreo que podrían formar parte de una decena de episodios de serial tipo Amigos para siempre, pero en donde su química, encanto y naturalidad las convierte en los únicos seres agradables de carne y hueso junto a la foránea Jane Asher, creíble en su papel de asaltacunas. Confiemos que la superproducción de Alatriste no caiga en sus mismos vicios con sus medios, sería cosa de ir cerrando la paraeta.