Innecesario remake que apuesta por la narración telegráfica, el griterío, y el humor de caídas y destrozos
Nueva versión de Tuyos, Míos, Nuestros, comedia familiar de 1968 realizada por Melville Shalveson y protagonizada por Henry Fonda, Lucille Ball, Tim Matheson y Van Johnson. Dos viudos cargados de hijos se enamoraban y sacaban adelante una nueva familia en la que se contaban hasta dieciocho niños.
El original conjugaba la comedia elegante, inspirada por el romance entre Ball y Fonda, y el humor blanco propiciado por los pequeños. Este innecesario remake apuesta por la narración telegráfica, el griterío, y el humor de caídas y destrozos. En apenas noventa minutos se cuenta cómo un militar (interpretado por Dennis Quaid) y una diseñadora de complementos (Rene Russo) reviven pasados treinta años un amor de instituto; se casan; reúnen en una misma casa a casi veinte niños procedentes de sus anteriores relaciones; e intentan sobrevivir a la experiencia.
La dirección de Míos, Tuyos y Nuestros ha recaído en Raja Gosnell, responsable de Solo en Casa 3, Nunca Me Han Besado, y las dos entregas de Scooby-Doo. Productos de consumo muy poco exigentes con el espectador, como también es el caso de la ahora comentada. La película funciona a base de escenas cortas y gags poco sutiles que tienen como víctimas a los correctos Russo y Quaid, y ni siquiera resulta convincente cuando pasa a entonar el inevitable canto a la unidad familiar.
En este aspecto, aunque los problemas se solucionen como cabría esperar en una producción comercial, existe una tensión soterrada en la historia que permite algunas reflexiones a propósito de la educación infantil. El personaje encarnado por Quaid es partidario en principio del orden y el principio de autoridad, fundamentales a la hora de lidiar con tantas criaturas a su cargo. Curiosamente, recibe el grueso de las humillaciones planeadas por los chavales, nada dispuestos a vivir juntos. Russo, en cambio, es mostrada como un modelo de tolerancia hasta cuando los niños prácticamente destruyen la casa en la que acaban de instalarse, y se libra así del acoso infantil.
Sin que el prototipo parental representado por Fonda en la primera versión fuera perfecto, no sé si vale la pena recorrer el trecho que lleva hasta el patético hombre de la casa que muestra Míos, Tuyos y Nuestros. A falta de otros valores, pues como hemos apuntado la película es muy menor, sí vale la pena sufrirla para convencerse durante su proyección de la necesidad ineludible de la castración química.