Intriga ni aburrida ni apasionante, en cuya mediocridad sobra el talento de Spike Lee
Dijo Orson Welles que lo peor de los cineastas que delataron a sus colegas de profesión durante la Caza de Brujas fue que no lo hicieron para alimentar a sus familias, sino para no perder sus piscinas. Cada uno es libre de hacer con su talento y su ética lo que desee, pero ciertamente la pretensión de quienes pueblan Hollywood por conciliar el compromiso artístico con la hipertrofia bancaria produce cierta irritación en quien aún cree que no se puede curiosear en todos los guisos sin salir escaldado.
Plan Oculto sigue la pista de San Francisco, ciudad desnuda (Stuart Rosenberg, 1974) o Pelham 1.2.3. (Joseph Sargent, 1974). Cintas que sacaron el thriller a la calle, con lo que el género adquirió un leve tinte costumbrista que a la postre desteñía frente a la mecánica criminal y el carisma de actores de prestigio llevándose el cheque. Treinta años después volvemos a toparnos con lo mismo: el cerebro perverso (Clive Owen) que pone en jaque a la ciudad al tomar a plena luz del día y con solo tres cómplices la sede de una entidad bancaria en Manhattan. El detective heterodoxo pero eficiente (Denzel Washington) que ha de lidiar con los propósitos ocultos de los criminales y con los manejos de misteriosos negociadores (Jodie Foster) y potentados (Christopher Plummer). Y un ramillete de secundarios que aportan colorido multirracial y recitan parlamentos del tipo “Quiero esa calle cortada y otra frecuencia de transmisión” (Willem Dafoe) y “Eres el poli más loco que conozco” (Chiwetel Ejiofor).
Nada que objetar. Casi 130 minutos de intriga ni aburrida ni apasionante, escrita por un guionista de quien apenas hay referencias previas (Russell Gerwitz), y amueblada con el despliegue de producción esperable en el cine comercial norteamericano. El estupor deriva de saber que el orquestador de tanta vulgaridad es Spike Lee. Sí, el polémico y brillante artista que lleva dos décadas cuestionando la sumisión de los negros estadounidenses. El hombre que en Bamboozled (2000) denunciaba con inteligencia y atrevimiento formal los mecanismos culturales que perpetúan esa sumisión con la complicidad de los propios afroamericanos. El director, en fin, que con La última noche (2003) ofrecía un elegiaco retrato de la Nueva York post 11-S y de unos personajes desbordados por nuevos escenarios sociales.
Que con antecedentes como esos Lee haya aceptado un encargo tan convencional es alarmante. Y más aún que haya camuflado su personalidad de una manera tan efectiva, pues excepto por dos acotaciones torpes y superficiales en torno al racismo, un pretendido anhelo crítico en lo que respecta a las motivaciones de los ladrones, y unos flash forwards en tonos contrastados que recuerdan a Clockers (1995), los personajes no pasan del estereotipo y la realización podría venir firmada tranquilamente por el John McTiernan de La Jungla de Cristal.
Habrá quien piense que no es esta última una mala comparación, y de hecho Lee se revela como un artesano eficaz, muy bien secundado por su colaborador musical de siempre, Terence Blanchard. Pero sus oficios no rescatan del pozo de la mediocridad a Plan Oculto. Por el contrario, ambos se ahogan con la película.
Uno puede aceptar que Denzel Washington, Jodie Foster o Willem Dafoe vendan la imagen de estrellas inteligentes mientras ruedan bodrio tras bodrio. Al fin y al cabo, no son más que actores. En cambio, que un autor haga lo mismo obliga al espectador a hacer demasiados equilibrios malabares con el respeto motivado que le tenía. Castigamos a Spike Lee a copiar mil veces Yo fui Jesucristo en el templo de los mercaderes y ahora voy y pongo mi propio chiringuito; y esperamos que regrese a la senda poco transitada del compromiso consigo mismo. Aunque le cueste no llenar la piscina este verano.