Hace aguas desde el principio, naufragando completamente cuando aún no ha transcurrido la mitad del metraje.
Las expectativas ante The libertine, debut a la dirección de Laurence Dunmore no eran malas: un reparto encabezado por Johnny Depp y John Malkovich no puede traer sino alegrías, y la historia de un personaje adelantado a su época, de esos que se atreven a decir y escribir lo que les viene a la cabeza sin tener en cuenta lo que las puritanas mentes que pululan a su alrededor puedan objetar, también hacía presagiar un buen resultado en pantalla. Por desgracia, la película hace aguas desde el principio, naufragando completamente cuando aún no ha transcurrido la mitad del metraje.
Eso sí, en el arranque nos atrapa el monólogo del protagonista y luego nos sorprende la sordidez con que se retratan las calles de Londres en el siglo XVII (magnífica ambientación), sin que se vea en sol en toda la cinta y teniendo el espectador la sensación de que en cualquier momento nos va a salpicar el barro omnipresente en las calles de la capital inglesa. La cámara se acerca a los personajes con pulso nervioso y en planos muy cerrados, y junto a la falta de iluminación de muchas escenas contribuye a que reconozcamos que nos hallamos ante una película de época muy atípica, que huye del glamour y de la música pomposa (ahí está el compositor Michael Nyman para que nos acordemos del también extraño cine de época de Peter Greenaway). Vamos, que la factura no es nada despreciable, emanando de ella un aire nauseabundo que pega con la historia. Otra cosa es que la historia revista mayor interés.
El conde de Rochester hábilmente interpretado por Johnny Depp guarda ciertos paralelismos con la vida y obra del marqués de Sade: estamos ante un poeta y dramaturgo mujeriego y hedonista, buen amigo del rey Carlos II de Inglaterra, pero cuyos excesos verbales y de comportamiento le ponen en más de un aprieto. El conde quedará prendado de una actriz teatral y eso le desviará del encargo que le hace el rey: escribir una obra para el embajador francés.
Para su desgracia, la cinta es incapaz de hacernos creíbles ciertas cosas: no vemos por ninguna parte el amor ente el conde y la actriz, ni se entienden bien esas clases magistrales de su mentor que la convierten a ella en una intérprete tan excepcional. Eso por nombrar un par de ejemplos. Van transcurriendo los minutos y, bien sea por poca garra (el ritmo es demasiado moroso), bien porque el espectador ya se ha agobiado de tanta oscuridad, tanto movimiento de cámara y de la machacona música de Nyman, a uno le quedan pocas opciones que no sean abandonar la sala de proyección.
Resumiendo: The libertine promete mucho pero aburre más todavía, y como tantas otras se queda en el envoltorio.