comedia romántica que requiere para funcionar de una complicidad totalmente acrítica
¡Ay del cinéfilo sentimental! Entre las películas que no pasan del bajo vientre, las que invocan bodas y funerales como cursis escenarios del romance, y otras como Eres muy Guapo, es como para abandonar toda esperanza en el amor.
Aunque, ¿en qué categoría entra Eres muy Guapo? En realidad en la segunda de las citadas, la de comedia rosa. Solo que no estadounidense, sino francesa. Esto quiere decir que los tópicos son los mismos de principio a fin, así como el deseo de agradar al público y que salga del cine, como dicen por ahí, “con una sonrisa de oreja a oreja”. Pero el presunto realismo en el físico de los actores, en los escenarios y en la realización permitirá a los espectadores engañarse a sí mismos y sentirse más sofisticados que los vecinos enganchados a los subproductos de Sarah Jessica Parker o Jennifer Anniston.
La película aborda la novedosa historia de un hombre y una mujer muy diferentes que traban relación por interés y terminan… como terminan: Aymé (Michel Blanc) es un granjero, más bien autista en cuestiones del corazón, que acaba de enviudar y necesita con urgencia un repuesto para cubrir la realización de las labores diarias. Acude a una agencia matrimonial y, tras diversas vicisitudes se lleva a casa a Elena (Medea Marinescu), una joven rumana con una hija de seis años.
En palabras de Isabelle Mergault, veterana actriz que debuta aquí como guionista y realizadora, no se trataba de “abordar temas graves”, que se aprecian a simple vista: las relaciones desiguales entabladas mediante matrimonios concertados con inmigrantes, la dificultad de congeniar caracteres y culturas disímiles, los riesgos de abrirse al otro. Ella ha preferido la complicidad. Eso implica que los dos protagonistas estén perfilados con brocha muy gorda para marcar su contraste, que los secundarios sean de lo más entrañable, y que el tono sea cordial en todo momento. Por extensión natural, que la película no pase nunca de lo correcto ni en lo argumental ni en lo formal, y precipite donde debe por convención.
Al menos ofrece la posibilidad de disfrutar del talento inasequible a la rutina de Michel Blanc, aquel fenomenal Monsieur Hire (1989), y de la naturalidad y la belleza de Medea Marinescu.