Se asoma a las emociones más humanas en estado puro, a ese lado en que las cosas pasan de ser irracionales a ser comprensibles.
Las razones por las que los movimientos de una pelota entre veintidós adultos vestidos de corto y trotando sobre el césped son capaces de parar el mundo son difícilmente racionalizables.
Como cualquier otro deporte, cabe suponerle al fútbol la dignidad de una disputa que se resuelve con entrega física, habilidad y talento. Como representación de esos coloristas pedazos de tela que abanderan países que en muchos casos se sienten singularmente unidos cuando comienza a rodar el balón, puede suponer el encuentro de unas señas propias que en ese momento pretenden imponerse a las del rival.
En varios momentos de la historia además, ha supuesto la única forma de expresión de aquellos a los que se les privaba de otra, o un lugar de revancha para viejos rencores de una forma sana en tanto se dirimía lejos de la violencia. Gritar gol, por tanto, ha significado en muchas ocasiones gritar más. Gritar libertad, gritar por una justicia encubierta bajo unos colores, o gritar la simple y plena alegría de celebrar un ‘algo’ con quienes participan de esa misma felicidad. Ello aun cuando los dueños del grito queden lejos de procelosos enigmas como el fuera de juego posicional, la defensa en zona o las causas por las que larguero no equivale a palo largo.
Gerardo Olivares, experimentado documentalista es consciente de todos estos rasgos y lo exterioriza con un vehículo exclusivo. Sus ojos de documental se adaptan a una ficción que con sus métodos se hace próxima aún siendo exótica, y nos permite vivir una final del mundial (2002, Brasil contra Alemania) desde 3 perspectivas diferentes, todas ellas alejadas del mundo desarrollado. Por un lado tenemos a una panda de nómadas cetreros en Mongolia, por otro a unos camelleros en mitad del desierto del Sahara, y por otro unos amables indios amazónicos en las profundidades de la selva, todos enfrentándose a innumerables trabas mientras el resto del mundo presiona el interruptor del mando a distancia.
En muchos de ellos no hay una verdadera unión con ninguno de los equipos, en algunos tan sólo la admiración a alguno de los jugadores por aquello que representan, y finalmente están los que sí desean ante todo la imposición del equipo cuyos colores lealmente defienden. Todos en conjunto dibujan las humanas emociones del fútbol con grandes semejanzas en su esencia: sus comportamientos y reacciones son en varios momentos idénticas a las que cualquier seguidor en cualquier lugar del mundo habrá experimentado alguna vez. Hay mucho de irracional y de incoherente, de inexplicable e incluso de ridículo, pero Olivares tiene el mérito de reunir con sus imágenes un conjunto de reacciones que van creciendo hasta el clímax de los goles, y ahí encuentra sentido a lo que no lo tiene.
Desde la calma que va cediendo al momento del partido crea situaciones tan cómicas como naturales y sus personajes se vuelven entrañables para dejar un poso feliz en donde el fútbol es fútbol, y algo más. Ese algo más es lo que le hace grande. Como es un algo más lo que hace grande al cine, incluso cuando no hay una estructura, aspecto o definición propia de las grandes producciones y se asoma a las emociones más humanas en estado puro, a ese lado en que las cosas pasan de ser irracionales a ser comprensibles, de ser sencillas a ser excepcionales.