Gran ejercicio testimonial sobre el poder de las manifestaciones culturales para prestar magia a lo cotidiano
Este documental no debería exhibirse en cines, sino en salones de actos y baile: será inevitable que a lo largo de la proyección el espectador salte de su butaca al ritmo del choro, el maravilloso estilo musical carioca homenajeado por el director Mika Kaurismäki.
Mika y su hermano menor, Aki, renovaron a principios de la década de 1980 el cine finlandés a través de su productora Villealfa y de realizaciones como El Mentiroso y Crimen y Castigo. Pasados los años, Aki ha preferido permanecer en su país natal rodando ficciones de sesgo humanista y tragicómico, mientras que Mika se ha convertido en un trotamundos. Desde el año 2002 regenta un club de música en vivo ubicado en Río de Janeiro, y allí está desarrollando diversos proyectos cinematográficos relacionados con los sonidos autóctonos.
Brasileirinho se detiene, como señalábamos al principio, en el choro, un estilo musical nacido a mediados del siglo XIX en la zona de Río como fusión de motivos musicales europeos (polca o vals) con otros afrobrasileños. Kaurismäki se limita a alternar actuaciones de Paulo Moura, el Trío Madera Brasil, Elza Soares y otros artistas con sus ensayos, sus apuntes sobre los precursores y las figuras más destacadas del choro, y sus reflexiones en torno a los instrumentos y las variaciones propios de este ritmo flexible y multifacético. Es decir, son los propios intérpretes del choro, en sus ambientes habituales, quienes lo desvelan ante los profanos.
No puede afirmarse que nos hallemos ante un documental arriesgado a nivel formal. Tampoco hace demasiado hincapié en revelarnos una realidad más allá de la estrictamente musical. Sin embargo la narración, los testimonios y las actuaciones fluyen con tantas naturalidad y transparencia, y la banda sonora es tan excepcional, que los noventa minutos de Brasileirinho se pasan en un suspiro.
Este documental es un ejercicio puramente testimonial, no ya sobre una singularidad artística, sino sobre cómo ésta presta magia a lo cotidiano. Por tanto cabe recomendarlo tanto a los melómanos como a todos aquellos que aún tengan fe en el poder vivificante y redentor de las manifestaciones culturales.
Esperamos desde este momento con ansiedad las futuras propuestas del mismo tipo anunciadas por Kaurismäki, centradas en el jazz y en el tango finlandés (sic).