Comedia romántica que usa la homosexualidad femenina como detalle oportunista en un conjunto tópico hasta la náusea
Vivimos tiempos contradictorios. Se estimula la libre expresión individual como en ningún otro momento histórico, y a la vez se recorta de esa expresión cualquier arista que pueda rasgar el decorado de esta verbena gregaria y banal en que hemos convertido la vida. Es muy fácil ser tolerante cuando el discurso propio y los ajenos han quedado reducidos a un hatajo de frases escuálidas, bienintencionadas, carentes de sentido.
Posiblemente, Rosas Rojas pase a la historia del cine por normalizar, como ha escrito algún articulista, la imagen de las lesbianas en el cine. Aunque sea a costa, como hace el guionista y director británico Ol Parker, de encajar tal opción sexual en el manido formato de la comedia romántica sin modificar ni una línea en el software de creación de guiones: Rachel (Piper Perabo) conoce a Luce (Lena Headey) precisamente el día en que se casa con Heck (Matthew Goode). A partir de aquí, chica se enamora de chica, chica pierde chica, chica corre detrás de chica que corre al aeropuerto…
No faltan ni la escena de boda de ensueño, con presentación de protagonistas guapísimos y secundarios que van de excéntricos y solo provocan arcadas; ni los enredos suavemente humorísticos y levemente dramáticos, filmados en floristerías de lujo y en apartamentos de diseño; ni, por supuesto, un desenlace con declaración de amor en público que incita a quemar el cine.
Nada, en fin, que no hayamos padecido en las otras seis mil quinientas comedias rosas estrenadas este mes. Nada particularmente inspirado. Así que no entendemos cuál es el mérito de sacar del armario de los prejuicios el amor entre mujeres, para encerrarlo de inmediato en el de los tópicos. Con semejante planteamiento, igual daba que Perabo y Headey interpretasen a dos coprófagas o que les gustase hacer el amor con sus mascotas. El detalle no estropearía la pulida superficie de comedia amable para multisala. Eso sí, con la excusa del lesbianismo tanto el autor como los espectadores podrán presumir de modernos y enrollados mientras facturan y consumen cómodamente el mismo producto de toda la vida.
Rosas rojas queda estrictamente reservada a gays de ambos sexos cuya ambición vital pase por el matrimonio, la adopción, la hipoteca y las tumbas pareadas. Es decir, por todo aquello que la mayoría heterosexual proclama desde hace siglos como normalidad, y que ha terminado por licuar el cerebro de quienes, hasta hoy, al menos contaban con sus desviaciones para distinguirse de nosotros, el rebaño.