Hasta los cómicos más cafres pueden contar historias enternecedoras en la pantalla grande.
Cada cierto tiempo, cuando se acusa a los españoles de ser racistas y de no aceptar a los inmigrantes, se nos recuerda que en su día también fue la nuestra una nación de gente que buscaba trabajo en otros países. El cine no había colaborado mucho a la hora de hacer memoria, así que la película como debutante a la dirección del cómico televisivo Carlos Iglesias nace con voluntad de rellenar ese vacío. Iglesias se basa en sus propias experiencias (su padre tuvo que emigrar a Suiza) y escribe un guión que sorprende gratamente porque no esperábamos algo tan trabajado de su autor, aunque tras Tapas (de Corbacho y Cruz) ya sabemos que hasta los cómicos más cafres pueden contar historias enternecedoras en la pantalla grande.
Estamos en el Madrid de 1960. El trabajo escasea pero las facturas por pagar no perdonan, así que Martín y su amigo Marcos optan por emigrar a Suiza buscando los elevados sueldos de aquel país y esperando quedarse sólo una temporada, hasta que la situación económica en España mejore. Martín dejará en la capital a su mujer y a su hijo, que irán recibiendo el dinero de su sueldo y usándolo para pagar un piso nuevo muy distinto del cuchitril donde habitan con los padres de él.
Quizá donde más flojea la historia es el arranque, algo parsimonioso. Luego, con la llegada de Marcos y Martín al pueblecito suizo, asistimos a una tanda de buenos chistes que tienen que ver con su nulo entendimiento de algún idioma que no sea el español, y se juega con la idiosincrasia tan propia de estas tierras. Menos mal que no se abusa del humor, porque la película intenta en todo momento tener equilibrada la relación entre drama y comedia, añadiendo unos toques comedidos de ternura (como en la mencionada Tapas). En general los resultados son estimables, aunque a veces parece que la cinta sufre de un cierto deslavazamiento argumental: habría que controlar mejor las dosis de cada elemento, pero a un debutante se le perdona. Mencionar también que hay un par de casualidades “demasiado casuales” que empañan algo la credibilidad, conseguida a base de actores poco conocidos (excepto los dos principales, el propio Carlos Iglesias y la estupenda Nieve de Medina), aunque es un error menor en el contexto de una película que tiene el mérito de mantenerte interesado durante casi dos horas.
Pero desde luego, te guste más o menos la historia (si te recuerda a la serie de televisión Cuéntame supongo que estás en el segundo bando), es innegable el valor añadido que ésta posee. Durante la proyección no dejas pensar en la situación actual, con España recibiendo inmigrantes de diversas nacionalidades, y vas haciendo paralelismos entre cómo se portaron nuestros compatriotas y cómo se portan los que acuden a la piel de toro actualmente. Se ha dado la vuelta a la tortilla, pero la película deja bien claro que quien abandona su país rara vez lo hace por gusto, porque el precio a pagar suele ser bastante alto: en un momento determinado un personaje dice “Ya no somos de ninguna parte”, y razón no le falta. Una producción muy valiosa en el contexto presente.