Leyenda acelerada, pero blanda

Las películas basadas en hechos reales poseen un handicap difícil de esquivar, utilizan siempre el mismo prisma desde el que se vislumbra una realidad que quizá no es del todo clara (en Una mente maravillosa, por ejemplo, su director Ron Howard escogió sólo el material para recrear un personaje bondadoso que no se despegara de su vena comercial). Si a esto se la añade la típica historia de superación personal, la originalidad que podríamos habernos encontrado en la puesta en escena se ha de ir al traste sin ningún tipo de dudas. Esto es lo que le ha pasado al irregular Roger Donaldson, director que ya trabajó con Hopkins en el remake de Rebelión a bordo, además de haber rodado la floja La huida o la más comercial Cocktail.

Burt Munro es un filme repleto de buenas intenciones que queda inevitablemente lastrado por una irritable complacencia. Todo en ella rezuma humanidad, afán de superación y buen rollito, recursos generalmente exclusivos de productos estrenados directamente en la televisión por cable a la hora de comer, tal y como debería haber sucedido en este caso. Pero no nos dejemos llevar tanto por la inutilidad de la propuesta y fijemos la mirada en el gran Sir Anthony Hopkins, actor de gran talento que hace algunos años nos amenazó con su retirada de las cámaras (falsa alarma, dado que desde el anuncio de su pronta jubilación no ha parado de trabajar) y que realiza un trabajo soberbio, minuciosamente elaborado con un personaje rebosante de amabilidad -de hecho, todos los que salen en pantalla parecen abducidos por la madre Teresa de Calcuta- y dispuesto a lo que sea por cumplir su gran sueño: batir el récord de velocidad en su destartalada motocicleta. Para ello inicia un viaje que le lleva desde su Nueva Zelanda natal a las desérticas tierras de Utah en Estados Unidos. En ciertos momentos el filme recuerda a Una historia verdadera pero sin tractor... y sin la maestría de David Lynch.

Lo que sí nos queda claro después de una proyección larga, poco estimulante y anodina en su composición, es que Burt Munro fue todo corazón, un héroe muy al gusto de los bienpensantes productores de Hollywood, artífices de productos políticamente correctos tan moralizantes que acaban por exasperar a cualquiera.
Basada a su vez en un documental que el propio Donaldson abordó en 1972, aporta poca cosa a la carrera del cineasta australiano, cine blando que intenta emocionarnos a base de almíbar y de la forma más convencional posible. Resumiendo, película que sigue a rajatabla el manual del más que corriente telefilme de sobremesa.