El público que se cuela desinformado puede asistir a un enervante ejercicio de insolvencia a todos los niveles.
Todo aquello que pueda decirse sobre lo manido de una cinta que aspira a relatar el atraco más grande de la historia, queda en un segundo plano en un caso como el de Caos. Uno todavía está situándose en la butaca cuando inicia las sospechas, y a medida que avanza el metraje no sólo ha perdido interés en su argumento, si no que se encuentra ordenando mentalmente su lista de peores películas de todos los tiempos.
Mientras esa suerte de remedo de Bruce Willis que es Jason Statham, abonado a papeles ambiguos por inexpresivo, se arrastra por la pantalla compaginando apatía y salidas de tono apasionadas en su búsqueda del caricaturesco villano interpretado por Wesley Snipes, la lista se mueve entre nombres de la talla de Dinero Sucio (con similitud temática y técnica), Vampiros II o Date Movie por citar algunas perlas de un cine que redescubre el sentido del término “mala película”, y hace que muchos discursos de críticas previas queden sin sentido al elevar cualquier mediocridad a la categoría de obra maestra en una comparación innecesaria.
Lo extraño de casos como el de Caos, es su materialización, que en una industria tan sometida a controles obsesivos para llegar a unos mínimos aun a costa del adocenamiento y falta de autoría, se escapen tamaños despropósitos. Probablemente la razón habría que encontrarla en que en las cuadriculadas mentes financieras se juzga todo desde el prisma del tópico más machacado, y Caos, que si algo tiene es el torpe seguimiento de los ecos de los tópicos por parte de un segundón confuso, debe hacer pensar a quienes ponen el dinero que cuenta con elementos para llegar a la taquilla.
Pero nada más lejos de la realidad. El público que se cuela desinformado puede asistir a un enervante ejercicio de insolvencia a todos los niveles. Tony Giglio, que dirige y escribe tiene tanto talento para una cosa como para otra. El portentoso director de Soccer Dog: The Movie (una de un perro que juega al fútbol), abusa de planos cerrados a falta de mayores posibilidades de enfoque, apunta erróneamente la cámara en los diálogos, permite desajustes en la fotografía entre una toma y otra, ameniza con sonsonete musical exasperante, e inserta una y otra vez conversaciones improcedentes pretenciosas en donde de la misma forma que en el desenlace, queda claro lo que debería estarlo de antemano: para jugar a ser inteligente, es preceptivo contar con algo de inteligencia. Cada paso en su camino a ninguna parte apuñala a la lógica por la espalda en un ensañamiento que no conoce límites y que queda jalonado por pretenciosos y ridículos brindis al sol.
Entre sus elementos positivos, la idoneidad del título. Resulta complejo que en una película en la que suceden tantas cosas, sea tanta la indiferencia y tanto el sopor del espectador que logre vencer al sueño, pero el Caos existe. Entre los negativos, que como consecuencia lógica del principal problema, la incapacidad de oler la propia mediocridad, se alarga y retuerce pretendiendo incluso llevar su irritante vocación por la sorpresa a un desenlace tramposo tan forzado como cualquiera de sus mezquinas decisiones argumentales. Como cura de humildad personal, el mal cine acaba descubriendo al crítico sus propios excesos juzgando productos que pese a anodinos no dejaban de resultar mucho más distraídos y sí tenían un mínimo decoro para cumplir con lo básico.