Deslumbrante cinematográficamente y tediosa en su didactismo ideológico
Arranca con La Chinoise un loable proyecto de la distribuidora Notro Films, consistente en estrenar cada dos semanas en una sala de Madrid y otra de Barcelona films inéditos de autores consagrados o desconocidos, y conjugar su exhibición cinematográfica con la edición simultánea de las cintas en formato DVD.
Centrándonos en la película que ahora nos ocupa, se trata de la decimoquinta realización de Jean-Luc Godard, el padre de todos los autores cinematográficos que en el mundo han sido o serán. El director de Al Final de la Escapada (1959), Yo te saludo María (1984) o las Histoire (s) du cinéma (1998) ya ha devenido un icono de la libertad y la experimentación cinematográficas, aunque su magisterio y su influencia sean ahora mismo más perceptibles en los films que nos llegan de Oriente que en los producidos en nuestras latitudes.
Cuando Godard rodó La Chinoise (1967), había superado una primera etapa marcada por el aprendizaje y por una mirada documental sobre la ficción. A partir de Pierrot le fou (1965) se embarca en un cine comprometido que rompe además las barreras entre la narración y lo ensayístico, y que no tiene sentido como conjunto de obras individuales, sino como proceso. En sus propias palabras: “Realizar películas en estos momentos no tiene otro sentido que el de estudiar los cambios sufridos por el medio desde los hermanos Lumière y Eisenstein hasta el presente, y estudiarlos en la práctica. Es decir, hacer películas sobre el mundo de hoy”.
Debemos recordar que el momento histórico era propicio para la mutación y la urgencia creativas: Estados Unidos estaba en guerra contra Vietnam del Norte, la Guerra Fría entre la Unión Soviética y Occidente se hallaba en uno de sus absurdos apogeos, y en China había estallado la revolución cultural, que convirtió a Mao Tse-tung en un héroe a ojos de la juventud europea, y que prestó dignidad ideológica a la contracultura, movimiento que tendría su momento de gloria en 1968.
La Chinoise es una muestra de la importancia de estas coyunturas políticas. Una importancia, por cierto, desmedida, que impide hoy cualquier implicación emocional por parte del espectador, y demuestra que si bien nuestra época peca de superficial y desconectada de la realidad, otras previas cayeron en los mismos defectos a través de una alienación teórica inhumana; con el agravante de que han sido las que han configurado el presente. El argumento, mínimo, retrata a cinco chicos encerrados en un apartamento durante el verano del 67 que discuten las novedosas doctrinas de Mao y su posible aplicación en Francia. Y durante noventa minutos, con un afán didáctico y propagandista insoportable, se atropellan los debates, la dialéctica y los eslóganes.
Aunque es cierto que el autor destila una evidente ironía en su retrato de estos jóvenes ilusos que pretenden “estudiarse” la revolución que estallaría posteriormente en las calles parisinas, y al respecto hay escenas divertidas, también la broma queda reservada en demasiados momentos a quienes estén interesados en los conflictos de base entre estalinistas, marxistas-leninistas, izquierdistas pequeño-burgueses y desviacionistas maoístas. Como esos chistes de estudiantes de ingeniería que comienzan con lo de "están uno de industriales y otro de minas revisando el giroscopio rotor de la excavación y le dice uno al otro..."
Así pues, ver en 2006 La Chinoise supone prestar atención sobre todo –lo que no es poco- al excepcional virtuosismo de la realización. Godard entra y sale de la ficción a capricho; combina creativamente imágenes y textos; inserta fotografías, viñetas y fragmentos de música y sonido que rompen la monotonía de las proclamas... una orgía visual que nos recuerda que el arte es capaz de sobrevivir a los discursos incluso cuando en principio no tenía otro propósito que el de servirles como sostén.