Adaptar una novela de cuatrocientas páginas a película es un trabajo complicado, porque los libros -sí esas cosas que tienen hojas cosidas y dibujitos en negro- son algo muy distinto a las películas; uno puede leer veinte páginas de una novela cada día, quizá antes de dormirse, y al retomar la lectura al día siguiente, o incluso varios después, vuelve a adentrarse en su historia sin esfuerzo. No pasa eso con las películas. El tiempo juega en su contra y no permiten la pausa.
Esa y otras razones son por las que no voy a juzgar la adaptación de la exitosa novela “Lo mejor que le puede pasar a un cruasán” –primer y sorprendente trabajo literario de Pablo Tusset, un freak treinteañero alabado por Manuel Vázquez Montalbán- con una de esas frases tan oídas a la salida del cine, sobre todo si uno, que es mi caso, va a ver la película habiéndose leído y disfrutado el libro antes; así, pasaré de largo frases tipo: “Me gustó más la novela” o incluso “Ha cambiado el final, que hijo puta”.
Paco Mir, el simpático calvete del trío cómico “Tricicle”, se atreve él solito a la doble y peligrosa tarea de dirigir la adaptación cinematográfica –recordemos, uno de los “hits” literarios del año pasado junto “Soldados de Salamina”- y, además, escribir el guión.
Se respetan todos los elementos básicos de trama y personajes –sí, aparentemente parece que no falta nada del libro-. Mir, hombre de oficio y espectáculo, construye una cinta ágil a pesar de Pablo Carbonell, que continúa con buen camino intentando ser buen actor -¡desde aquí, ánimo, Pablete!- y que empieza con fantástico ritmo: la escena de apertura sobrepasa la pantalla, y casi lo consigue mantener durante todo el metraje. No obstante, partes como la del final pueden parecer tan desdibujadas como sacadas de la manga, así como lo están, conscientemente, en la versión papel; un peso que, sospecho, se soporta mejor entre las páginas de un libro que en imágenes en movimiento.