El vivir cada día de un outsider, retratado incoherentemente con una corrección aséptica
Cuentan los responsables de este film que consideraron fundamental incluir una secuencia en la que Hank Chinaski, alter ego del escritor norteamericano Charles Bukowski (1920-1994), lava sus ropas a mano en uno de los cuchitriles que solía habitar. Con ello han pretendido violentar la imagen de borracho desastrado que tiene el escritor entre sus lectores o quienes han oído hablar de él.
Curiosa obsesión la de nuestros tiempos por liofilizar y centrifugar el pasado. No sabe uno si la estrategia responde a un intento por desfigurar la idiosincrasia del ayer, a fin de hacernos creer que la historia nos lleva dando la razón desde el pleistoceno; o simplemente obedece al afán de hacer accesibles a un público de gimnasio y clínica estética los misterios de la sangre, el sudor y las lágrimas.
Mientras esperamos la que promete ser una de las cumbres de esta estrategia en la nueva temporada cinematográfica, la María Antonieta de Sofia Coppola, centrémonos en esta adaptación de la novela Factótum (1975) y otros escritos de Bukowski. Si bien es cierto que, en su biografía del literato, Neeli Cherkovski señala que podía ser educado, incluso encantador, y que exageraba sus rasgos de maldito, el resto de sus 300 páginas vienen a redundar en lo que salta a la vista con la lectura de su obra: Bukowski fue durante la primera mitad de su existencia un vagabundo, un ser humano carente de amor y alienado del entorno social, que plasmó literariamente sus vivencias y su visión de las cosas con honestidad brutal, en un estilo telegráfico, sarcástico y de un lirismo terminal.
De ahí su magnetismo para tantos lectores, especialmente jóvenes y misántropos. De ahí también la dificultad de que un arte colectivo y sometido a múltiples condicionantes de producción y popularidad como el cine pueda revisarlo con justicia. Intentos previos como Ordinaria Locura (Marco Ferreri, 1981) o El Borracho (Barbet Schroeder, 1987) se saldaron con fracasos críticos no exentos de cierta grandeza por la desmesura en un caso del director (Ferreri), en el otro del protagonista (Mickey Rourke).
En cambio la aproximación del actor Matt Dillon, el guionista y productor independiente Jim Stark, y el director noruego Bent Hamer, es respetuosa y distante. Dillon tiene, para empezar, un aspecto demasiado saludable como para resultar convincente interpretando a este Chinaski que saltaba de un empleo miserable a otro, bebía y follaba como un animal, apostaba su dinero en el hipódromo, y forjaba su literatura en cuartuchos de pensiones. Interpreta además el personaje con cierta afasia, respondiendo sin duda a las instrucciones de Hamer, que dota al film de una estructura fragmentaria, un tempo lacónico y un sentido del humor elíptico. Características que coinciden con rasgos del escritor y que ya eran perceptibles en la anterior realización de Hamer, Kitchen Stories.
Sin embargo, la incomodidad y el resentimiento latentes en la ficción de Bukowski –inspirada siempre por incidentes reales- es obviada sistemáticamente en favor de la comicidad autista. Tampoco la mentalidad del escritor impregna los hechos ni la puesta en escena, sino que es conjurada a través de torpes monólogos en off o discursos frente a interlocutores mudos. De hecho es quizás un elemento más secundario, la fotografía de John Christian Rosenlund, el más creativo de Factótum, al otorgar a los interiores, los cuerpos y las calles una textura que recuerda a las pinturas de Edward Hopper o Lucien Freud.
Como apuntábamos al principio, demasiada asepsia, demasiada corrección. No se entiende el interés de dedicar una película a un artista aparentemente valorado por quienes se embarcan en el proyecto, para luego retratarlo con una curiosidad antropológica y flemática, como si su legado fuera anacrónico. Se echa en falta la personalidad de un director de estilo remotamente similar al de Hamer, Aki Kaurismaki, que sí sabe conciliar en sus películas el humor marciano con una percepción intuitiva y empática del perdedor.
A Dillon, Hamer y el resto del equipo de producción de Factótum se les podría aplicar aquella frase de Bukowski referida a aquellos desgraciados que nunca enloquecerán, y tendrán por ello unas vidas realmente horribles.