Las guerras en el continente africano no parecen suscitar un interés excesivo en frente alguno. Las miserias culturales y económicas, las cantidades desproporcionadas de muertes diarias por todo tipo de causas naturales y humanas, se presentan con una atrocidad que encuentra frecuentemente un cierto desdén internacional. Y no sólo ahí, ni la gran pantalla, con la afición de la meca del cine por amortizar los conflictos bélicos, encuentra pasto para la reconversión en metraje guerrillero de su realidad cotidiana.
Claro que con un buen par de figuras brillantes y una historia cruda en tono de epopeya, el escenario nigeriano podría llegar a ser apropiado... Así que, dispuesta la receta, sólo queda repartir papeles. Bruce Willis será el encargado de poner piel -y corazoncito- al militar implacable al que los ojos de la Bellucci -y el canalillo- le hacen ver la verdadera naturaleza humana de las cosas. Ésta, una eminente médico filántropa, entregada a causas altruistas que exhibe su melena de tres metros en pleno corazón africano.
Evidente que el prestigio de ambos no resultaría gratuito si no aportara grandes dotes interpretativas: mientras Willis es capaz de limitarse a apretar la mandíbula y tensar los labios a la vez que fuerza la mirada, la bella morena de curvas peligrosas alternará inexpresividad y estentóreos griteríos cuando la tensión sonora indique zambombazo.
Quizá estos recursos puedan resultar algo inadecuados en ese abuso simplista, pero pasan tan desapercibidos para el equipo realizador como alguna nigeriana salida del concurso Profident a la ortodoncia indígena del año, y menguan de igual forma la credibilidad de esta matanza de tribus. Técnicamente, no obstante, esta cuestión queda a la sombra de una banda sonora que parece anunciar permanentemente el regreso del Rey León, cuando lo que allí se cuece es una merienda de negros por rivalidades varias.
Afortunadamente, queda el toque trascendental de geografía política y estrategia militar. La elaborada actuación de rescate que deriva en una guerra personal con cultos trasnochados a un Rambo igual de insensible en las extremidades inferiores, deja entrever la sutileza con que hay que intervenir en guerras ajenas. Eso sí, con excusas desdibujadas para demorar la intervención hasta el final, en uno de tantos recursos pueriles de guión, que se entremezcla con las declamaciones libertarias de soldados en cuyo interior se esconden héroes salvadores de cuento infantil de inspiración 'Braveheart'.
Pero finalmente, después de todo el despliegue de pirotecnia fallera -se echan de menos unos churros- de caídas y más caídas que obligan a aguzar la vista ante la sospecha de que alguno muere más de una vez, y sobre todo, un desenlace de africanos bailongos que olvidan el gore de sus días anteriores para la fiesta salsera, se alcanza la sospecha de que más allá de un macabro interés carnicero, la guerra nigeriana sigue siendo de segunda división.