Lo que en La buena voz se desvela sale desde lo más hondo.
Producción de ínfimo presupuesto, sencilla, cargada de buenas intenciones y estrenada de tapadillo -como la mayoría de las producciones españolas, carentes de un mínimo de publicidad que ayude a superar el escollo de la semana de cartel- La buena voz, es la tercera película del director Antonio Cuadri (realizador de una de las series de adolescentes por antonomasia Al salir de clase), y un buen ejemplo de cine sin pretensiones formales que sin embargo llega al corazón del espectador de forma sincera y cercana.
La historia nos acerca a la ciudad de Bilbao, que se incluye como parte del reparto, y muestra un retrato demoledor que tiene a un taxista con problemas de corazón y a su fiel esposa, amargada ama de casa, como principal reclamo. En la primera parte de la cinta, el realismo social se adueña de un guión confeccionado de austeros apuntes cotidianos: ella (soberbia Pilar Velázquez) compra, plancha y dedica su vida entera al marido (Jose Luis Gómez) hosco, machista, silencioso, que trabaja todo el día en el taxi y llega a casa para tirarse en el sofá a ver la tele... real como la vida misma.
Pero algo está a punto de suceder, algo que cambiará sus vidas para siempre. Ese algo viene del pasado y tiene forma de hijo, homosexual y seropositivo (Biel Durán, visto en La teta y la luna de Bigas Luna y más crecidito en Con más pena que gloria de García León, que desde aquí reivindicamos), cuya aparición reportará un sinfín de incertidumbres.
El realizador tenía muy claro el estilo que quería imprimir en este poderoso retrato de personajes heridos, alcanzando con ello ese espacio intimista tan preciado por los considerados verdaderos autores. Ese tono minimalista se ha logrado crear con la ayuda de una fotografía alejada de toda pomposidad, afilada y austera y en unos escenarios acordes con el desarrollo de la historia, donde todo el elenco brilla con luz propia, en especial un Jose Luis Gómez de mirada derrotada pero en constante evolución a lo largo de la narración. Lo que en La buena voz se desvela sale desde lo más hondo, aunque en ciertos momentos adquiera un tono titubeante, como si la cinta saliera de manos de un director novel.
Siendo plenamente conscientes del desalentador panorama en el que se encuentra nuestra cinematografía, atada de pies y manos ante las grandes superproducciones, esta película es una pequeña muestra de que el cine independiente, venga del país que venga, contiene innumerables hallazgos que debemos tener en cuenta, antes de que este tipo de estrenos queden repudiados de la cartelera. Cine íntimo y veraz, nos regala una parcela de vida llena de desamparo donde se da cabida a cierto aire esperanzador.