Una demostración más de cómo la lucha contra estereotipos acaba siempre encontrandose con aquello de lo que huía.
Pocas humillaciones mayores pueden haber para una película que hacer que el espectador se pregunte repetidas veces si lo que está viendo es una parodia o no. Justo eso es lo que sucede en Fearless, y para su desgracia su intención no es cómica en ningún momento.
Es posible que sus discursos con pretensiones torpemente elaborados, o que su desdén por la dirección de actores con los consiguientes derroches de ridículo, o incluso que un ritmo narrativo atropellado caminen en esa dirección paródica. Es más, entre los reclamos publicitarios, amén del anuncio de ser obra de “Los creadores de Hero y La casa de Las Dagas Voladoras”, se recuerda que los directores de coreografía lo son de Matrix y Kill Bill… pero no que también lo son de Kung Fu Sion, una parodia a la temática de mamporro que recuerda peligrosamente a lo que aquí se propone sin esta pretenderlo. Pero no, no es una parodia.
Los afamados y habilidosos coreógrafos, que no incluirán en los carteles de sus próximas cintas tampoco a Fearless, cuentan con otro detalle interesante en su parcela. Un nutrido grupo de la élite de los luchadores entre los que se encuentra un vencedor de peso pluma (Somluck Kamsing), el ganador de siete títulos de kickboxing Jean Claude Leuyer y el de los All-Star de Lucha Libre (¿eso iba en serio?) Nathan Jones. Todos capitaneados por su protagonista, un maestro de las artes marciales con experiencia en actuación introducido en Hollywood desde Arma Letal 4, Don Jet Li.
Muy posiblemente, el guión es parte importante del desaguisado final. La inspiración en hechos reales sobre el ocaso de las viejas glorias chinas, la humillación a su pueblo y la figura de un maestro de las artes marciales que acaba simbolizando la recuperación de sus valores, significarían más si turbios recuerdos del cine de golpe a diestro y siniestro no nos recordaran la saturación vivida durante años con todo tipo de tramas en que tan pronto se salva a la hembra turgente y rubiales como a la dignidad nacional cuando lo pide el caso. Pero es que después llegan los insalvables intercambios de conocimientos en que las maquinaciones intentan forzar el saber popular chino a golpe de topicazo (“Tu enemigo no está fuera, si no dentro”, se permiten indecorosamente), analogías de la vida, la lucha y la paz espiritual con el té chino elaboradas con desencanto, y otras sapiencias en que se hecha en falta más ingenio y menos pretensiones místicas buscando la frase reveladora.
Pero muy posiblemente también, el privilegiado talento responsable de La novia de Chucky o Freddy Contra Jason tenga aún mayor responsabilidad final a la hora de hacer de Fearless una invitación a la duda sobre la pertinencia de reírse o no sobre su dramatismo. Abandonando las luchas a los coreógrafos profesionales, en lo demás Ronny Yu muestra una preocupante insolvencia para resolver el más pequeño de los trámites, en un tratamiento ingenuo y sumiso a lo absurdo e incoherente cuando no repulsivamente manido de muchas de las decisiones argumentales. Su manejo de protagonistas, secundarios y extras se sitúa entre lo inexperto y lo pueril, hace de los grupos una masa demasiado próxima a la inquebrantable turba de humor amarillo y del aprendizaje personal una filosofía de teleñecos con tono de predicador dipsómano, redondeado todo por una cámara que le quema en las manos lo suficiente como para optar por todo tipo de movimientos cansinos antes de los bailes de puños de noble transfondo.
En conclusión, una demostración más –y ya van varias– de cómo la lucha contra estereotipos acaba siempre encontrandose con aquello de lo que huía, en recurrencias con sus varios grados de calidad que es lo que en última instancia debería importar más que su pertenencia o no a un subtipo o a su sello de denominación de origen. Si su realización hubiera corrido de manos de codiciosos capitalistas norteamericanos algunos ultraortodoxos-patrios del cine folklórico-costumbrista estarían inmolándose ante sus embajadas. Como viene de ese cóctel de capitalismo comunista Chino, ni sus banderolas al aire ni su chauvinismo senil-filosofal ni en definitiva todas sus vergüenzas lucen tan mal suavizadas por el machacón deje oriental y esta ramplona muestra de frustrada espiritualidad prefabricada.