Vigorosa revisión del tema de la redención moral y material a través del éxito artístico
De la presión que ejercen las distribuidoras norteamericanas para que sus superproducciones copen centenares de salas y con ello nuestra atención, no son sólo víctimas las películas españolas, alemanas o vietnamitas. Cada vez más, el propio cine USA de talla mediana, el que aspira a contar buenas historias, el que actualiza los géneros tradicionales y permite una diversión inteligente, tiene más dificultades para encontrar un hueco en las pantallas.
Si hace unos días comentábamos el estreno fantasma en nuestro país de la curiosa Tránsito, hoy nos centramos en Hustle & Flow, que al parecer no ha traspasado la barrera de los cines de extrarradio en un par de ciudades españolas. Y es una lástima, pues supone una vigorosa revisión del manido tema de la sublimación de la miseria a través del éxito, ya sea en el terreno del boxeo, el estrellato cinematográfico o, como en este caso, la música.
Quien espere un relato cursi y lleno de moralina en torno a la nobleza de los orígenes humildes, el trabajo duro, y la merecida recompensa del couché y el amor, se va a llevar una tremenda sorpresa. Esto no es Operación Triunfo. Para su segundo largometraje, el guionista y director Craig Brewer escoge como protagonista a un chulo de Memphis que vive a costa de tres mujeres a las que explota sexualmente, y que no aprenderá nada de su dedicación al hip-hop.
La película consigue ser un retrato naturalista, bastante escabroso en lo relativo a ambientes y diálogos, de unos personajes para los que la música es una manera de escapar a su situación de fracaso material. Pero ni el chulo –magníficamente interpretado por Terrence Howard-, ni el párroco y el reponedor que le ayudarán a musicar sus versos, se plantean en ningún momento una redención moral, y el futuro que se insinúa en el desenlace de Hustle & Flow está más relacionado con las vidas de raperos como Tupac Shakur que con el cuento de la lechera.
Un excelente trabajo de dirección de actores, de fotografía –que recrea una estética sórdida y setentera-, y de selección musical –con la canción ganadora del Oscar, It's Hard Out Here for a Pimp, a la cabeza-, terminan por conformar una película no antológica, pero sí del todo recomendable para quien aún esté interesado, como apuntábamos al principio, en un cine norteamericano honesto, ligado a la realidad, y creativo dentro de sus condicionantes de producción.