las peripecias del protagonista pecan de convencionales, y el contexto sociohistórico requiere del espectador cierta inquietud cultural
Estrenada en España con dos años de retraso, El Asesinato de Richard Nixon brinda dos lecturas complementarias. La primera, dramática, implica al espectador en las desventuras de Samuel Bicke (interpretado por Sean Penn), un vendedor de muebles que ha fracasado en casi todos los frentes: lleva un año separado de su mujer (Naomi Watts), no se trata con su hermano (Michael Wincott), y tanto su jefe (Jack Thompson) como su mejor amigo (Don Cheadle) le tratan con disciplencia. La creciente rabia de Samuel contra el Sistema, al que culpa de todos sus problemas, se concreta en su identificación con grupos radicales integrados por minorías étnicas, y en las grabaciones autocompasivas que remite a Leonard Bernstein, de quien Samuel es admirador dadas la pureza y la honestidad que presiden el trabajo del músico.
En este aspecto, la película es la descripción de un derrumbe psicológico. Como tal, le falta originalidad. La sombra de Salvad al Tigre (1973), y sobre todo de Taxi Driver (1976), es alargada. El director y co-guionista Niels Mueller se aplica en su ópera prima con pulcritud; la música (Steven M. Stern), la fotografía (Emmanuel Lubezki), y la interpretación de Sean Penn, son magníficas. Pero las deprimentes peripecias del personaje principal pecan de convencionales.
La segunda lectura, ilustrativa, se refiere al momento social que vive Samuel. Su historia está basada en hechos reales: Un hombre llamado Sam Joseph Byck intentó secuestrar en 1974 un DC-9 de la Delta Airlines. Su plan era estrellar el avión contra la Casa Blanca. No era algo insólito en aquella época, en la que solían registrarse anualmente docenas de secuestros aéreos.
Estados Unidos, sin ir más lejos, era un país sumido en el caos, como reflejó Oliver Stone en Nixon (1995). John Fitzgerald Kennedy, Martin Luther King, Robert Kennedy y Malcolm X habían sido asesinados entre 1963 y 1969. Ese año se alcanza un récord de 543.000 soldados norteamericanos movilizados en Vietnam, y comienzan los bombardeos secretos en la frontera con Camboya. Los campus son tomados por universitarios y simpatizantes que interrumpen la actividad docente durante meses. Miembros de la comunidad india nativa ocupan la isla de Alcatraz. 18 Panteras Negras mueren en enfrentamientos con la policía. En 1971, el índice Dow Jones ha bajado hasta el nivel más pobre desde la Gran Depresión, y 80.000 jóvenes se han refugiado en Canadá para eludir el servicio militar…
Samuel, un creyente en la cantinela de que el esfuerzo y la ambición proporcionan el reconocimiento ajeno, ha de lidiar con la indiferencia, cuando no la connivencia, de sus conocidos con la inversión de todos los valores. El mismo presidente de la nación, Richard Nixon, que presumió públicamente durante décadas de su origen humilde y los frutos de su trabajo, estaba a punto de culminar con el escándalo Watergate una carrera política llena de mentiras y corrupción. No es de extrañar que si Leonard Bernstein, un artista comprometido con los desfavorecidos, constituía para Bicke un referente moral, Nixon encarnara los demonios contra los que se debatía.
Sin duda fue esta faceta del guión, la comparación de una trayectoria personal con una situación histórica que cambió la conciencia colectiva de EE.UU., la que debió interesar a los productores del film –Alexander Payne, Leonardo DiCaprio y Alfonso Cuarón entre ellos-. Tampoco es desdeñable la curiosidad de que hace treinta años fuera un norteamericano quien ambicionase estampar un avión contra la Casa Blanca.
Sin embargo la vertiente dramática, rutinaria como hemos comentado, prevalece sobre la testimonial, y ésta última requiere además del espectador ciertos conocimientos sobre la época para apreciar las contradicciones, tan solo insinuadas en pantalla, que debe afrontar el protagonista.