Inspirada muestra de cine indie, maquiavélicamente escrita y filmada con un presupuesto ínfimo
En uno de los clarividentes artículos que está dedicando en El País a las coyunturas de la sociedad occidental en los albores del siglo XXI, el escritor Vicente Verdú aludía recientemente a la familia: Desaparece la articulación que propulsaba su funcionamiento. Lo que se deduce hoy de la familia es una cohabitación bajo el mismo techo, y un silencio que marca el espacio invisible entre niños y adultos. Unos hacen su vida, los otros también. Cada cual asume que su vida es sólo suya y ha de procurarse la manera de protegerse […] Nadie padece ni frío ni indigencia económica. Sólo una desolación aún sin nombre ni contabilidad.
Del caos reorganizativo que está sufriendo la familia ya habíamos hablado a propósito de Míos, Tuyos y Nuestros. Pero Una historia de Brooklyn es una película más ambiciosa cinematográficamente, y su diagnóstico aún más demoledor. No ignoramos, por supuesto, que el guionista y director Noah Baumbach ambienta éste su tercer largometraje en 1986, y que su retrato de la separación de dos escritores, y de la confusión que el hecho siembra en los hijos del matrimonio, tiene un marcado carácter autobiográfico. Tampoco es posible obviar que como productor de Una historia de Brooklyn figura Wes Anderson, muy interesado en sus propias realizaciones (Los Tenenbaums, Life Aquatic) en los ambientes familiares disfuncionales.
Sin embargo, ¿no habla siempre el cine del presente, sin importar si se retrotrae al pasado o se proyecta hacia el futuro? ¿Qué valor tendría la película de Baumbach si no pasase de ser la típica comedia dramática centrada en neoyorquinos intelectuales y neuróticos que parece? La triste verdad es que con tantos condicionantes, y con el añadido de optar por un registro cómico, trepidante, para desarrollar los hechos, y de estar rodada en un estilo desenfadado y urgente cortesía del Super 16 mm, Una historia de Brooklyn es una penetrante, desoladora mirada sobre una serie de personajes y situaciones de rabiosa actualidad: un padre prepotente –extraordinario Jeff Daniels- que no acepta su mediocridad como escritor, y que en vez de madurar compite con su hijo a la hora de ligarse jovencitas; una madre –Laura Linney, camino de convertirse en una institución en este tipo de películas- cuya manera de afrontar los problemas ha sido y es pasar de hombre en hombre; y dos adolescentes que contemplan cómo sus progenitores, mitificados en las profundidades de su memoria como un calamar gigante y una ballena (de ahí el título original del film, The Squid & the Whale), pasan a ser, cuando sus miserias afloran a la superficie, ídolos con pies de barro a los que no pueden recurrir en una etapa crucial de su crecimiento.
Maquiavélicamente escrita desde su inicio en una cancha de tenis hasta su desenlace en una sala del Museo de Ciencias Naturales, filmada con un presupuesto de tan solo millón y medio de dólares, Una historia de Brooklyn es una inspirada muestra de lo que todavía puede ofrecer el cine indie norteamericano; y una obra especialmente reveladora para quien esté atento a lo que pasa a nuestro alrededor a diario, sin que nadie se aperciba de ello o se atreva a expresarlo en voz alta.