Complejo y brillante ensayo cinematográfico en torno a la búsqueda de la propia identidad
Desde hace más de cuarenta años, el cineasta alemán Werner Herzog desarrolla una carrera ejemplar en la que ha alternado ficción y documental como las dos caras de una misma moneda. Para él no son importantes los géneros, sino el discurso sobre la diferencia que ha dado sentido a todos sus films: sus personajes, reales o ficticios, representan la búsqueda de la propia identidad en un entorno hostil. Esta búsqueda suele terminar de manera trágica, pero el hecho no invalida el mérito de quienes se atreven a iniciarla, ni el de Herzog como catalizador artístico de sus experiencias límite.
En Grizzly Man, Herzog reflexiona sobre la figura de Timothy Treadwell, prototípico joven californiano que después de probar sin éxito suerte como actor, fracasar en varias relaciones sentimentales, y estar al borde del alcoholismo y la sobredosis, encontró un leitmotiv existencial conviviendo durante trece veranos con los osos pardos que habitan el Parque Nacional de Katmai (Alaska). Treadwell grabó allí cien horas de imágenes, que daban fe de su trato con los animales y que sirvieron para hacer de él un referente en la defensa de lo medioambiental.
Pero Treadwell fue devorado por un oso en otoño de 2003 junto a la última de sus amantes, Amie Huguenard. El hecho pareció dar la razón a quienes criticaban su amateurismo y sus ansias de notoriedad, y Grizzly Man comienza explorando la polémica en torno a los actos del naturalista, combinando escenas tomadas por el propio Treadwell en Katmai con los testimonios de quienes le conocieron. El espectador no puede evitar sonreírse ante el contenido de algunas declaraciones e imágenes, que en varios momentos rozan la parodia involuntaria.
Sin embargo, el documental adquiere una mayor gravedad según vamos descubriendo que, con su abandono de familia y conocidos, y su abrazo de la naturaleza, Treadwell demostraba un ansia de amor no correspondida, así como la necesidad de reinventarse como persona para compensar sus carencias. Herzog desvela a través de sus comentarios en off, y de unas imágenes seleccionadas con mucha intención, los mecanismos de autojustificación de su protagonista, aunque respete los esfuerzos de Treadwell por hallar en los bosques un sentido a su vida.
El conjunto es una obra inteligente y emotiva, que no habla de osos ni de paisajes, sino de los misteriosos vericuetos del alma humana. Un ensayo cinematográfico complejo y brillante, que podemos situar desde ya entre las mejores películas estrenadas en España durante 2006.