El tango como recurso elemental para conjugar encuentros románticos se está convirtiendo en un género en sí mismo. Recordemos la deliciosa Shall we dance? del japonés Masayuki Suo, que tuvo su burda imitación yanqui -no cambiaron ni el título- a manos de Peter Chelsom con Richard Gere y Jennifer López en el reparto.
En esta ocasión, es el francés Stéphane Brizé el encargado de llevar a buen término la sencilla historia de un hombre de cincuenta años (Patrick Chesnais, nominado al César junto a su partenaire) solitario, sin alicientes en su vida y atrapado en una sórdida oficina que ve la posibilidad de salir del hastío a través de una escuela de baile. Allí conocerá a Françoise (Anne Consigny) de carácter tierno y afable que le obligará a plantearse el porqué de su bloqueo sentimental.
En No estoy hecho para ser amado su director recurre a la idea del amor tardío en el que planea más de un planteamiento, las complejas relaciones familiares que mantiene nuestro protagonista con un padre ajeno a cualquier sentimiento -magníficas las escenas de monopoly, salvo en la previsibilidad del desenlace-, al tiempo que sufre la incapacidad para relacionarse con su hijo más allá de la cordialidad, todo forjando la personalidad de Jean Claude, al que le inunda la apatía más absoluta. Su única esperanza asoma por la ventana de su lugar de trabajo -su oficio consiste en desahuciar a la gente de sus casas, otro apunte más a añadir- en el que las clases de tango actuarán como chaleco salvavidas.
Cargada de sutil sobriedad, el filme galo de largo título y no cortos silencios nos transporta hacia un terreno mucho más profundo, el de las miradas como premisa fundamental para la exploración emocional de los personajes. Todo en ella supura tranquilidad y sosiego, creándose entre la pareja un universo propio donde las palabras dejan de ser lo más importante para dar paso a las caricias, motivadas por un baile sensual.
Rodada en escenarios acordes con la austeridad de la propuesta, resuelve esta compleja relación de manera sencilla, sin aspavientos, a través de una narración calmada que en muchos momentos se agradece.