La comedia francesa prácticamente ha adoptado como sello de identidad la capacidad para meter el dedo en la llaga dando pie a la carcajada irónica y a ratos maliciosa, tomando como base los mas diversos aspectos de la vida con los que el público pueda identificarse, construyendo películas que mas allá del simple encadenamiento de gags encierran en su conjunto una crítica o reflexión sobre una temática determinada. Entre los cultivadores de su cine los hay con más o menos acierto y con mayor o menor grado de acidez, pero el resultado siempre suele dar pie a un entretenimiento vistoso y que no insulta a la inteligencia.
El film Mala leche sigue las desventuras de Simón Variot (Michell Muller), estudiante de arquitectura y perdedor de vocación al que la suerte no sonríe. Su novia y su mejor amigo le ponen los cuernos y acaba de descubrir que su proyecto de la universidad acaba de ser plagiado por el empresario Vicent Poirel (Thierry Lhermitte) que para colmo le atropella accidentalmente. Simón muere pero se reencarna en el recién nacido hijo de Poirel, decidiendo a partir de ese momento arruinarle la vida. A partir de entonces y siguiendo la formula antes mencionada, en la película se suceden diversos gags –las travesuras malintencionadas del infante- con cierta reflexión en torno al tema de la paternidad, reflejada en el personaje de Lhermitte de manera cómica pero con un fondo trágico, aunque tampoco demasiado. Su humor resulta no obstante algo salvaje en ciertas ocasiones al poner a su pequeño protagonista –al que da vida con gran frescura el pequeño Jorge Gago- en situaciones que incluyen golpes y cortes que pese a provocar la carcajada no pueden evitar que esta sea algo nerviosa.
Por otro lado se mueven los secundarios entre los que destaca la española Leonor Watling dando pie al personaje de la novia de Simón que, con su aspecto y su forma de ser, recuerdan a una versión despistada de la Amelie del film homónimo de Jean-Pierre Jeunet. Una lastima que la trama que la incluye a ella y a Freddy (Francois Levantal) parezca deshilvanada con la historia principal y encajada con esta al final casi a matacaballo. No es la madrileña la única aportación nacional al film ya que la fotografía corre a cargo del nunca bien ponderado Javier Aguirresarobe, artífice de algunas de las imágenes mas brillantes del cine español de la última década y que demuestra el buen olfato de los productores.
Patrick Alessandrin, director del film, no es Bertrand Blier, Patrice Leconte o Francis Veber y se nota en falta la mala leche –nunca mejor dicho- con la que dichos cineastas podrían haber salpicado a esta revisión del tema de la paternidad y la infancia. En su lugar queda mas cerca de títulos mas convencionales y planos como “Tres solteros y un biberón”, tan distraídos como poco memorables pero con capacidad para llegar a todo tipo de público a través de un humor gestual y un reparto solvente. En resumidas cuentas, “Mala Leche” no tiene la cáustica que prometía su título español pero si resulta ser un digno y convincente entretenimiento para todos los públicos con alguna que otra carcajada asegurada.