Tras siete años sin firmar una película, los mimbres elegidos por el manchego José Luis Cuerda nos hacían pensar que podíamos encontrarnos con un producto similar a la recomendable La lengua de las mariposas, de 1999. La historia es la de un hombre, diseñador de juguetes para más señas, que un buen día conoce a una mujer y a su hijo de ocho años, se enamora de ambos y decide que quiere quedarse junto a ellos. Con el paso del tiempo surgirán problemas y habrá qué ver cómo solucionarlos, contando con la intervención de una argelina metida a cajera de supermercado que tiene también sus propios quebraderos de cabeza.
Si en la anterior película del director se conseguía la conjunción ideal de comedia, sentimientos y una cierta magia presente en la naturaleza, aquí la fórmula falla desde el principio. Los personajes se nos antojan demasiado de cartón piedra, especialmente el niño Víctor Valdivia, que por momentos recuerda a esos niños andaluces tan supuestamente graciosos que salen en programas televisivos como Pequeñas estrellas y similares. Su dicción no ayuda mucho en una película donde además tenemos que hacer esfuerzos tremendos para entender a la francesa Irene Jacob hablando español y donde Bebe hace lo que puede para hacerse pasar por argelina, con lo que ello conlleva de poner un acento extraño que a veces también cuesta de pillar.
La historia está basada en un libro de Didier Van Cauwelaert, pero ni la participación del propio escritor en la adaptación del mismo consigue sacar adelante la película. Los personajes y sus dramas se nos quedan muy lejanos, les falta profundidad y no llegamos a sumergirnos realmente ni en sus alegrías ni en sus penas. Ricardo Darín está muy bien, como siempre, con un personaje hecho a medida, pero él solo no basta para hacer de La educación de las hadas un producto recomendable. Lo que se nos cuenta es demasiado artificial (hay diálogos que ya desde el principio nos avisan), rozando la ñoñería, y la falta de interés por lo que les pueda suceder a los personajes desemboca inevitablemente en el aburrimiento del espectador. Aparte de eso, determinados fallos de guión e imperdonables torpezas de realización de Cuerda tampoco ayudan a construir una trama firme y creíble.
Con este panorama, no es de extrañar que podamos permitirnos apreciar la estimable música de Lucio Godoy desentendiéndonos de las imágenes, algo siempre preocupante en cualquier película. Resumiendo, una cinta que da importancia capital a los sentimientos, pero donde ésos no se captan por ninguna parte.