Las virtudes del exceso

Tony Scott es sin duda un realizador que provoca pasiones encontradas. Al igual que su hermano Ridley, su formación en la fecunda escuela de los anuncios publicitarios y el videoclip le delata como un esteta de la imagen, un mago de la pirotecnia visual y un especialista en la creación de atmósferas, rasgos estos que en ocasiones chocan con una necesidad fundamental a la hora de contar una historia: la de elaborar una narración clara y, en lo posible, concisa. Es por ello que se le nota claramente cuando trabaja con un guión con “chicha” y cuando no. La película que nos ocupa, junto a la reivindicable “El Ultimo Boy Scout”, es sin embargo un caso aparte.

“Domino” está basada más o menos –tal y como se dice en los créditos iniciales- en la vida de Domino Harvey, hija del actor Laurence Harvey, y que entre otras cosas cambió una vida de niña rica y una carrera de modelo por un empleo de cazarrecompensas. En lugar de un “biopic” al uso y aprovechando tan curioso currículum vitae, el director de “Marea Roja” elabora un film de acción que, al igual que sucedía con aquel que dirigió con Bruce Willis al frente, reincide en algunos de los tópicos y lugares comunes más usados del género pero de manera harto curiosa. En lugar de evitarlos o mostrarlos desde otra perspectiva, Scott pisa a fondo el acelerador y lleva a los mismos al paroxismo total hasta alcanzar un nivel delirante que por momentos bordea, alcanza e incluso sobrepasa el umbral de la parodia.

Así, los intentos de dar algo de profundidad a los personajes o bien fracasan o bien no despiertan interés alguno –la historia de Domino y su pez, el devenir amoroso de Choco- pero ello no es impedimento para que irradien energía y carisma pese a que no lleguemos nunca a tomárnoslos en serio. Para muestra cabe destacar a una Keira Knightley transformada en pura fantasía masculina adolescente, con su personificación de esa cazarrecompensas tan atractiva como dura y “cool” a más no poder, pero a quien vemos más como una llamativa pin-up que como un personaje de carne y hueso. El resto del reparto le va a la zaga con un recuperado Mickey Rourke y el ascendente Edgar Ramírez dando vida a un estrafalario dúo de tipos duros, un trío de lenguaraces actrices afroamericanas perpetuando tópicos y un grupo de caras conocidas (Christopher Walken, Lucy Liu, Jacqueline Bisset) animando con su presencia la función. Mención especial se merecen Brian Austin Green e Ian Ziering –¡Si!, ¡Los de “Sensación de Vivir”!-, interpretándose a si mismos y demostrando tener un sentido del humor blindado al reírse de su imagen y la de la serie que les dio la fama.

Scott, al igual que ya hizo en la inmediatamente anterior “El Fuego de la Venganza”, amartillea todos y cada uno de los planos de la película con su arsenal de efectos visuales vengan a cuento o no. Filtros amarillentos o verdosos, fundidos, repetición de imágenes, zooms, montaje histérico –tanto que en ocasiones no se sabe lo que ocurre en pantalla-, subtítulos móviles, etc recargan las imágenes del todo el metraje dándole un aspecto alucinógeno y anárquico. Ello está en sintonía con el guión firmado por Richard Kelly (“Donnie Darko”), el nuevo chico de oro hollywoodiense quien complica aun más el asunto añadiendo (innecesarios) flash-backs y llena la historia de situaciones tan desmadradas como que la protagonista haga un lap-dance para unos pandilleros a fin de evitar un tiroteo (sic).

Coherencia o progresión dramática son términos completamente barridos a favor de aumentar el nivel de histérica diversión, especialmente en la recta final con chute de mescalina incluido, pero para entonces tales consideraciones ya no tienen importancia.

“Domino” es pues una experiencia salvaje, adrenalínica y completamente desprejuiciada, consciente de sus características y regocijándose en ellas. Y es que a pesar de todos su defectos -¿o habría que decir que gracias a ellos?- consigue ser uno de los films más estimulantes de la cartelera de este verano y con todas la papeletas para convertirse en película de culto. Después de su visionado, eso si, se recomienda una cura a base de películas de Igmar Bergman y Abbas Kiarostami para dejar descansar los sentidos.