Un film ubicado en un contexto sociocultural muy diferente al nuestro, lo que obligará al espectador a descifrar sus claves y a replantearse los tópicos occidentales del fantástico
Si la semana pasada, a propósito de Shutter, lamentábamos los estragos que provoca la globalización en la expresión cultural, el minoritario estreno de Nang Nak (1999) confirma el diagnóstico. Se trata de una de las películas más taquilleras de la historia de Tailandia, adaptación de un mito popular que ya había dado lugar previamente a más de veinte versiones cinematográficas y televisivas en aquel país. Sin embargo, se estrena en España con siete años de retraso, y en unas condiciones de exhibición heroicas.
La razón estriba, evidentemente, en su singularidad; en su imposible asimilación por el universo estandarizado de centro comercial y multisala. Para bien y para mal, Nang Nak es un film ubicado en un contexto sociocultural muy diferente al nuestro, de manera que el espectador se verá obligado a replantearse durante su visionado más de un tópico sobre el cine fantástico, con consecuencias tan desconcertantes como atractivas.
El dato de extrañeza esencial lo brinda el rodaje de la película, durante el cual el director Nonzee Nimibutr visitó los templos dedicados a Nang Naak Phra Khanong para asegurarse el beneplácito del espíritu con el guión que iba a filmar. Y es que en Tailandia las madres amenazan a sus hijos con la presencia de Nang Nak -que romperá sus cuellos y devorará sus cabezas con salsa picante si son desobedientes- porque, aun sin existir evidencia histórica de su persona, popularmente nadie duda que Nak vivió a mediados del siglo XIX; que se enamoró locamente de un joven llamado Mak; y que, mientras él cumplía el servicio militar, ella dio a luz un bebé y falleció junto a su criatura.
Aunque su muerte no supuso su desaparición. Como espíritu volvería a reunirse con su amante, feliz con esta extraña situación hasta que sus vecinos se la hicieron notar, con el comprensible enfado de Nak: Al fin y al cabo, ella tan solo quería seguir formando una familia con Mak y su hijo, aunque para lograrlo tuviera que eliminar a quien se opusiese a ello. Los tailandeses temen y comprenden esa patética pretensión, y por eso acuden al lugar donde se supone reposan los restos de Nak, cerca de Bangkok; los reverencian, y solicitan su ayuda para ganar en la lotería y salir airosos de los sorteos de reclutamiento. Es decir, han ligado las desdichas y esperanzas de Nak a las suyas, lo que la hace en el fondo tan real como si existieran mil registros autentificados sobre su vida.
Esta manera de ver las cosas impregna la película, que no es una historia de fantasmas al estilo occidental, en la que el protagonista se debatiría entre sus propias percepciones y la incredulidad general en torno al fantasma, con la consiguiente retórica visual. En Nang Nak a nadie le asombra que Mak conviva con el espíritu de Nak y el de su bebé, y de hecho el protagonista ni siquiera es consciente de ello. Lo que les incomoda es la alteración del orden social que propicia la peculiar familia. No es de extrañar por tanto que si la primera parte de la película se desarrolla como un drama romántico y fantástico, la segunda derive en el retrato de una sociedad tradicionalista y muy religiosa, que solventa los problemas colectiva y ritualmente, y extrae de ellos una lección moral sin importar si tienen un origen real o fantasioso.
La formulación visual de Nang Nak es coherente con este discurso, y ofrece una puesta en escena preciosista, serena, naif, a veces emotivamente romántica, que se traslada también a los actores y a la manera de abordar los momentos de mayor tensión, resueltos con humildad.
Definir Nang Nak como película de terror sería caer en la exageración o confundir los conceptos. Describámosla mejor como una fábula, de la que podemos extraer más de una enseñanza sobre el amor, la soledad, y las convenciones cinematográficas.