Ni un reparto cuajado de ilustres secundarios ni las pretensiones argumentales del autor pueden camuflar la pobreza de la resolución formal
La sequía de cine negro y de acción urbana que asola últimamente la cartelera hace que uno reciba con entusiasmo una propuesta que conjuga ambos géneros, aunque avisamos que Edison, Ciudad sin Ley estará lejos de satisfacer al aficionado exigente.
Sorprende, para empezar, que un guionista y director televisivo como David J. Burke (SeaQuest) haya logrado reunir para lo que supone prácticamente su debut en el cine un reparto espectacular: que el protagonista del film sea Justin Timberlake, cantante del grupo N'Sync habitual de la prensa rosa, es lo de menos. Más relevantes resultan las presencias de los pesos pesados Morgan Freeman y Kevin Spacey, de actores conocidos como Dylan McDermott (En la línea de fuego), Cary Elwes (Saw) o John Heard (Ojos de Serpiente) en registros poco habituales para ellos, y hasta de floreros como Piper Perabo (Rosas Rojas). Evidentemente, cada uno habrá tenido sus razones particulares para participar en el proyecto, pero algo deben haber visto todos ellos en el guión escrito por Burke.
Algo perceptible también por el espectador: la película sigue la estela de Cosecha Roja o L.A. Confidencial, narraciones provocativas en las que una anécdota criminal termina por desvelar un entramado de corrupción que afecta a las más altas instancias de la ciudad correspondiente. En este caso Edison, una localidad imaginada por Burke y en la que campa a sus anchas el F.R.A.T., una organización de elite integrada en la policía. Será un joven periodista (interpretado por Timberlake), tras detectar ciertas contradicciones en el juicio por una escaramuza nocturna de los agentes de la ley, quien desenrede una trama que hará temblar los cimientos cívicos del lugar.
Burke aprovecha la libertad que le da el moverse en un entorno ficticio para lanzar auténticas bombas de profundidad que afectan la línea de flotación del ideario neoliberal. Para él, permitir que en nombre de la seguridad ciudadana operen a su antojo las fuerzas del orden no es sólo garantía de desmanes y corrupción, sino sobre todo de siniestras alianzas con los poderes fácticos para procurar el beneficio de unos pocos.
Sin embargo, parece que ese mismo carácter de ficción recurrente haya impregnado el discurso fílmico del autor. Edison avanza a golpe de tics, recursos vistos mil veces, tópicos argumentales, de manera que en muchos momentos la acción sigue un patrón preexistente, sin que pueda apreciarse bajo él la necesidad verdadera, intrínseca, de que suceda lo que pasa ante nuestros ojos. Esto hace que los personajes tengan motivaciones confusas, así como líneas de diálogo tan agudas como superfluas, y que el desarrollo de la acción suene un tanto gratuito.
Si sumamos a tales defectos una realización basada exclusivamente en el montaje, y una modestia evidente en las localizaciones interiores y exteriores, el efecto global es decepcionante. Los amantes del film noir y de las intrigas violentas pasarán un buen rato. Los demás considerarán con razón que Edison es una película menor.