A veces se hace muy palpable el parecido del vocablo inglés thriller con la palabra española trillado, y tenemos un ejemplo en el caso que nos ocupa, La sombra de la sospecha, tercer film dirigido por Clark Johnson. No hay demasiadas sorpresas en el planteamiento, el nudo ni el desenlace de la película, así que sabiendo eso queda preguntarse si al menos se logra el objetivo mínimo en estos casos: hacer un producto entretenido. Dejemos la respuesta para el final de esta crítica.
Michael Douglas, productor de esta cinta, se reserva el papel protagonista para acabar haciendo el mismo personaje que interpreta normalmente. El actor encarna a Pete Garrison, un agente del Servicio Secreto estadounidense cuya misión es proteger al presidente de dicho país de cualquier agresión o atentado (ya en su día recibió una bala que iba destinada a Ronald Reagan) y que acabará siendo sospechoso de ser un topo infiltrado en esa misma organización donde lleva toda la vida trabajando, y de estar preparando un atentado para acabar con el actual jefe de estado. Pero el bueno de Pete no se va a dejar enredar y querrá aclarar toda la situación él solo, huyendo y viéndose perseguido por un antiguo amigo suyo, un agente al que da vida Kiefer Sutherland.
Podíamos dedicar un par de párrafos más a detallar el argumento, pero básicamente esta es la premisa fundamental de La sombra de la sospecha, que nos trae reminiscencias de películas anteriores como En la línea de fuego, El fugitivo o la más reciente La intérprete, a las que me permito añadir la en mi opinión recomendable novela El gran si... de Mark Costello.
Analizando los distintos aspectos del filme podemos decir que los actores masculinos no están mal, pero las féminas no salen tan bien paradas: Kim Basinger gana el premio a la más inexpresiva y Eva Longoria al personaje más desaprovechado y/o meramente decorativo. El guión no es nada del otro mundo, abusa de los tópicos, le falta profundidad y tiene unos cuantos agujeros de esos que si no haces la vista gorda te provocan la risa, pero aun así mantiene una cierta dignidad durante todo el metraje (eso sí, un servidor adivinó la identidad del traidor a los pocos minutos de empezar). Lástima de resolución un tanto patética por precipitada. Por otro lado, la factura técnica tan pronto juega a favor (las numerosas elipsis crean un ritmo vivo) como en contra (el montaje provoca confusión en ciertos tramos) del resultado final, pero al menos se intenta mover la cámara y se huye a ratos de una realización más convencional y aburrida.
En definitiva, nos hallamos ante un producto sin demasiada personalidad que pese a rondar las dos horas logra que pasemos un rato medianamente entretenido en la butaca, que ya es algo. Cosas peores se han visto.