He aquí una de esas "películas" que llegan muy de tanto en tanto y cuya mera presencia en las carteleras supone un soplo de aire fresco para sobrellevar mejor estos duros días estivales. Un filme sacado casi de tapadillo de ese Hollywood finisecular que logra alejarnos de nuestra aburrida existencia cada vez que (también de tanto en tanto) nos hace el "grandísimo favor" de dejarse caer por aquí y de mostrarnos la "envidiable" industria artística (sí, sí, nada de cinematográfica) que posee. Vamos, que deberíamos estarle eternamente agradecidos por brindarnos el "honor" de poder "admirar" su nueva obra maestra, su más conseguida y recomendable comedia. Para ello, señoras y señores, pasemos por taquilla, vaciemos nuestros bolsillos y nuestras carteras en palomitas y refrescos (una Coca-Cola será más aconsejable que una botella de agua de Lanjarón, por cierto) y sentémonos en la sala oscura a deleitarnos con los gags más chispeantes, con las situaciones más delirantes y con las más rutilantes estrellas que el compasivo Hollywood tiene el placer de ofrecernos en exclusiva (sí, sí, es una oportunidad "única"). No voy a darles más instrucciones, porque todos saben muy bien qué hacer para disfrutar de una película como Pasado de vueltas (2006), de Adam McKay; porque ya lo hicieron cuando Hollywood premió nuestra fidelidad regalándonos joyas como Starsky & Hutch (2004), de Todd Phillips; Zoolander (2001), de Ben Stiller; o cualquiera de las imprescindibles "películas" de los hermanos Farrelly (da igual cuál, todas son iguales).
La de hoy es uno de esos productos cuya distribuidora ni siquiera se molesta en editar alguna copia en versión original (y menos para la prensa), no vaya a ser que descubramos el secreto de tan suculenta receta cinematográfica, uy, perdón, artística. Con un arranque en verdad "original" como es el de un joven obsesionado con la velocidad que llega a ser el número de uno de la NASCAR (un fenómeno en Estados Unidos comparable a la Fórmula 1 en el resto del mundo) hasta que un piloto francés, para más inri, gay (pronunciése tal y como se escribe, por favor) entra en escena dispuesto a arrebatarle el puesto; Pasado de vueltas te mantiene pegado a la butaca durante la "corta" hora y media de duración y no te deja ni un solo momento de respiro para poder asimilar la impactante y conmovedora evolución del protagonista, interpretado por ese pedazo de "actor" que es Will Ferrell, demostrando en cada plano que no hay en Hollywood intérprete que esté a la altura de sus zapatos.
Bueno, pues si el argumento es impresionante (en el que ha colaborado el propio Ferrell, ahí es nada), la realización de… de… ¿cómo se llamaba el director?... ¡Ah! ¡Sí! ¡Adam McKay! Su trabajo detrás de las cámaras demuestra un gran dominio del tempo narrativo y del espacio fílmico, desenvolviéndose a la perfección tras la cámara en lo que es un ejemplo perfecto de realizador comprometido y audaz, con verdaderas cosas que decir. Su técnica es tan impoluta que recuerda por momentos a los grandes maestros de la telebasura, la Biblia de todo ser humano que se precie.
Pero lo que hace que Pasado de vueltas se quede en la memoria (tan sólo unos minutos, que sus responsables tampoco piden milagros, menos mal) es el aplastante mensaje social, tan profundo y homófobo que no nos queda otra que aplaudir la "maestría" de ese director (que he vuelto a olvidar cómo se llamaba) al que habrá que seguir la pista después de este poderoso ejercicio cinema…, ejem, artístico. Para terminar, sólo me queda añadir, en el mismo tono cínico e irónico que me ha caracterizado hasta el momento, que esta briosa "película" debe ser imprescindible para todos aquellos que se declaren fanáticos del tomate de las tardes, de las dietas del McDonald’s y del reaggeton cutrefiestero de las macrodiscotecas con luces alucinógenas a todo color… y vas que lo flipas, chaval.