Chiringuitos, sol, playa, juventud, música… todos estos elementos toman cuerpo en Días azules de Miguel Santesmases. A priori, esta combinación resulta imprescindible dada la época del año en la que nos encontramos, periodo en el que las comedias livianas y productos que no hagan pensar demasiado hacen acto de presencia en las carteleras, no vaya ser que se nos derritan las neuronas.
Si hay algo que no se puede reprochar al cine español es su ferviente cultivo de comedias ligeras que practica más que cualquier otro tipo de género, quizá para evitar las odiosas comparaciones que se establecen con otros productos de manufactura impecable, dado los desorbitantes presupuestos de los que disponen.
El caso de Santesmases tiene algo de excepcional, puesto que empezó su carrera con una película de género (La fuente amarilla, que merecía una mayor atención por parte del público) para dejarse arrastrar más tarde por la tragicomedia juvenil con Amor, curiosidad, prozac y dudas. El director reincide en el retrato generacional una vez más describiendo una juventud a punto de incorporarse a la edad adulta. Por este motivo, la película se divide en dos partes, separadas éstas por un suceso que marcará las vidas de tres hermanos, Boris (Oscar Jaenada) el más socarrón y despreocupado de los tres, Carlos (Javier Ríos, que comparte plano con Jaenada tras la soberbia Noviembre de Achero Mañas) encargado del negocio familiar, y Alex (Javier Pereira, en cartel con Tu vida en 65 y La bicicleta) el más pequeño y en el que depositan todas las esperanzas.
La narración se sitúa en verano y arranca con la llegada de los hermanos al pueblo que les vió crecer tras la muerte de su padre. Este último verano juntos supone el cierre de una época falta de preocupaciones para dar paso a un periodo donde la toma de decisiones resulta primordial para el futuro.
El punto de partida no es nada desdeñable, pero el resultado se queda a medio camino por pequeños contratiempos que salen a relucir casi al comienzo de la proyección. Ya en las primeras escenas en el bar, el sonido incomoda la toma de contacto con los personajes, algo que perdura en varias secuencias, restando credibilidad ante la descoordinación entre sonido e imagen (los movimientos de la gente del bar parecen demasiado exagerados dada la tranquilidad de las letras del gran Iván Ferreiro). Siendo sinceros, esta no es la única razón por la que la cinta planea sin que en ningún momento alce el vuelo como debería. La narración no deja de ser funcional, lo que provoca la falta de implicación por parte de un espectador que se queda frío ante los acontacimientos que van surgiendo. Los personajes femeninos merecían algo más de consideración, dado que estos forman parte del conflicto, pero al final se opta por relegarlos a un segundo plano.
En pocas ocasiones la emotividad se apodera de la historia, aunque si encontramos guiños de humor cortesía de Oscar Jaenada, eso sí, sin grandes alardes.
Por estos motivos Días azules se presenta sin ánimo de levantar pasiones, flaqueando más de lo que cabría esperar de un director que nos dio esperanzas en sus inicios.