La cinta se queda a medio fuego entre el experimento estético y la falta de aptitud narrativa.
Gracias a su ajustado presupuesto, a su recaudación en la taquilla norteamericana y a su sugerente mescolanza de relato ficticio con heroísmo real -tal y como rezan sus notas de producción- Acto de valor se ha convertido en una de esas películas que bien podría crear escuela por los innovadores cimientos formales en los que se sustenta; otra cosa es que la película resulte ser una buena obra de aquellas que le hagan a uno quitarse el sombrero.
Del apaño se han encargado los desconocidos Matt McCoy y Scott Waugh, quienes se entrevistaron con muchos de los profesionales de los Navy Seals y han tenido acceso a información de primera mano para escribir y dirigir el proyecto. La acción arranca con el secuestro de una agente de la CIA por parte de unos terroristas, quienes, a su vez, traman un complot de altos vuelos. La misión será asignada a un equipo especial para su inmediata resolución. Como si de un juego bélico multijugador por pantallas se tratara, esta unidad deberá hacer frente a diferentes situaciones y escenarios.
No se trata de una cinta bélica al uso ni tampoco estamos delante de un documental tradicional, aunque tenga la osadía de fusionar ambos formatos, sino que estamos ante una operación con evidente voluntad propagandista y un diseño de producción insuperable. Acto de valor es una cinta diseñada para ensalzar los méritos de las Fuerzas Armadas norteamericanas, siendo esto algo de lo que uno no se puede olvidar hasta que finaliza su metraje. Podría ser una dedicada oda a los méritos estadounidenses y su prólogo hace saltar las alarmas del patriotismo yanqui, pero resulta ser una mera introducción al avance por niveles que le sigue.
Acto de valor se acerca más al pasatiempo de simulación digital que a las leyes del cine puro y duro, siendo ésta su aportación a un género que la cinta reinterpreta. Mediante un guión trillado, unos personajes sin relieve alguno y unas situaciones más que elementales, la cinta se queda a medio fuego entre el experimento estético y la falta de aptitud narrativa. Y es que sus directores saben perfectamente cómo elaborar un documento-videogame de última generación pero la propuesta resulta inerte en todo momento aunque contenga constantes vaivenes espacio-geográficos.
Dejémoslo por tanto como un videojuego elaboradísimo que se dedica a inventariar armas y aparejos imposibles mediante militares profesionales que evidencian en cada plano su carencia absoluta de cualidades interpretativas. Astutamente, son éstas pésimas interpretaciones las que le otorgan a la cinta esa pizca de verismo necesaria para que el respetable se pueda tomar la cosa un poco en serio. Es decir, son verdaderos militares los que tenemos en pantalla y, aunque fracasen intentando transmitir emociones, saben de lo que están hablando, lo que no deja de ser positivo pues el Acto de valor del título es luchar por la patria pero también por la supervivencia personal.