Uno de los puntos a elogiar en esta cinta es el repertorio de alocados secundarios que se nos muestran.
En la actualidad hay géneros cinematográficos dentro de los cuales no caben las expectativas demasiado altas, máxime cuando los rostros protagonistas no traen recuerdos especialmente halagüeños tras sus trabajos anteriores. Dentro de la comedia –y aquí cabe encuadrar Sácame del paraíso– ya podemos darnos con un canto en los dientes si logramos pasar un rato medianamente entretenido y reírnos en una docena de ocasiones. Triste balance si consideramos las grandes obras de la historia de este género en concreto, pero al menos como espectadores no recibimos sobrados motivos para salir huyendo de la sala de proyección a las primeras de cambio.
La pareja protagonista del film, huyendo del estresante ritmo de Nueva York, acabará por un casual probando qué tal les resulta la vida en una especie de comuna poblada por estrafalarios personajes, teniendo que enfrentarse finalmente al dilema de si quedarse en aquel lugar, apartados del mundanal ruido, o bien regresar a la frustrante civilización a la que estaban acostumbrados.
Uno de los puntos a elogiar en esta cinta es el repertorio de alocados secundarios que se nos muestran: hippies trasnochados, veganos contradictorios, adictos a los tópicos new age más trillados... El guión nos los presenta como alternativa al bullicio de nuestras vidas, pero sin ocultar las paradojas y carencias de sus planteamientos, algo que sirve para echarse unas risas durante buena parte del metraje, tanto en la parte puramente verbal como en la referida a los gags visuales.
Tampoco desentonan excesivamente Jennifer Aniston –en un rol que ya hace tiempo que interpreta de memoria– ni Paul Rudd, aunque este último llegue a extremos ridículos en según qué momentos. Eso sí, por encima de todo destaca el demoledor retrato de las clases medias de los típicos suburbios norteamericanos, representados aquí por el hermano, la cuñada y el sobrino del protagonista masculino.
Pese a que se trata de un trabajo simplón, irregular y no excesivamente memorable –dirige David Wain, el de la deficiente Mal ejemplo–, lo cierto es que se deja ver y entretiene. El humor cae en lo ordinario bastante a menudo (no en vano produce el omnipresente Judd Apatow), y para su promoción en EE.UU. se echó mano de la poligamia y de los desnudos para llamar la atención sobre esta producción –y algo hay, aunque no es para tanto–, pero dejando a un lado todos los trucos baratos que puedan haberse usado, lo cierto es que el humor absurdo de un buen puñado de situaciones bien valen un visionado ligero de esta cinta.