Película extraordinariamente meritoria por su ambición y la calidad de sus aspectos técnicos, pero lastrada por un guión inconexo y episódico
Las nuevas tecnologías han hecho innecesario que en publicaciones como Fanzine Digital todos sus colaboradores acudan regularmente a redacción. Es un aviso para que quienes monten en cólera con la frase que aparece a continuación no pierdan el tiempo buscando una dirección que asaltar armados con sogas y antorchas: Este crítico no ha leído las aventuras de Alatriste escritas por Arturo Pérez-Reverte.
Se intentó con las dos primeras, "El Capitán Alatriste" (1996) y "Limpieza de Sangre" (1997). En ambos casos la pobreza del pastiche lingüístico y el maniqueísmo de caracteres y situaciones hicieron zozobrar el empeño, y desistir de continuar con "El Sol de Breda" (1998), "El Oro del Rey" (2000) y "El Caballero del Jubón Amarillo" (2003). Ello no obsta para que se apreciasen el esfuerzo de Pérez-Reverte por revivir la España de Felipe IV con la perspectiva de nuestros tiempos, y la saludable incorrección política que destilaba el soldado y mercenario Diego Alatriste.
Habrá quien considere que la carencia de tales lecturas incapacita al cronista para abordar esta adaptación a la pantalla, pero la circunstancia resulta en realidad ventajosa. ¡Qué libertad sentarse a ver Alatriste sin molestarse con cada presunta y mínima traición a nuestros personajes o, en sentido contrario, sin la necesidad de justificar cualquier dislate por aquello de que pueda verse afectada la credibilidad de nuestra creación favorita! Desde aquí se analizará la película escrita y dirigida por Agustín Díaz Yanes única y exclusivamente por lo que es en sí misma; un producto comercial con posibilidades de poseer un mínimo interés cinematográfico por debajo de la farsa mediática y los valores superficiales esgrimidos para arrastrar al público a las salas.
Empecemos por estos últimos aspectos. Es probable que Alatriste acapare en la próxima edición de los Goya innumerables nominaciones a los premios técnicos e interpretativos. Y las merecerá. Tratándose de una producción de capa y espada con trasfondo realista el esfuerzo de ambientación era difícil, y se salda con un notable. Las andanzas de Alatriste en Flandes, Madrid, Sevilla o Tarifa presentan una verosimilitud inhabitual en el cine español, y no por el dinero invertido en decorados o trajes, sino por la convincente recreación de la atmósfera de una época a través de los detalles escenográficos, las referencias culturales y la tonalidad fotográfica. Lo mismo vale para los tipos humanos, sin importar si son reales o imaginarios ni el renombre de sus intérpretes. Al espectador temeroso –con razón- de encontrarse con una chapuza al estilo de El Dorado (Carlos Saura, 1988) o Tirant Lo Blanc (Vicente Aranda, 2005), le aseguramos que Díaz Yanes y su equipo han salvado el escollo de la vergüenza ajena holgadamente; aunque deba reseñarse que la elección del formato de pantalla por parte del director, y el recurso a la noche y la niebla en ciertas secuencias, delatan alguna limitación presupuestaria.
Pero lo que determina la capacidad de una película como ésta para trascender lo vistoso y perdurar en la memoria cinéfila es la valía de su guión y su realización. Y a pesar de que Díaz Yanes y sus productores han tenido el sentido común de obviar una solución suicida para nuestra industria, es decir, adaptar la primera novela de Pérez-Reverte e iniciar así una saga taquillera, y han preferido aprovechar gran parte de la serie literaria para componer un fresco cinematográfico monumental que abarca treinta años, vidas enteras, el cenit y la decadencia de un Imperio -una jugada tremendamente ambiciosa-, la intención cuaja en un guión episódico, carente de un hilo firme que ayude a calar en los protagonistas y en su entorno sociohistórico.
El hecho adquiere especial gravedad debido al largo metraje de Alatriste, dos horas y media. Mucho antes del desenlace, el espectador ha quedado agotado por la sucesión de escenas inconexas, progresivamente dramáticas no tanto por necesidad interna como por convención, y escasamente emotivas por el dichoso carácter telegráfico y acumulativo de la historia. Si Alatriste se hubiese orientado como una película de corte contemplativo o impresionista eso no sería un problema, pero como la intención es claramente narrativa los oficios de Díaz Yanes como director y del reparto apenas bastan para sobrellevar el defecto, y en ningún caso lo subliman. De manera que la gran película que late en Alatriste no llega a fructificar frente a nosotros, y por ello la sensación final es de decepción.
Con todo, aunque solo sea por haber apelado a la Historia de España sin hacer el ridículo y sin concesiones a la actual debilidad ideológica que nos abruma; y por la fotografía de Paco Fementa, la dirección artística de Benjamín Fernández y el vestuario de Francesca Sartori, ya vale la pena que el espectador dé una oportunidad a Alatriste.