El cinéfilo de perilla y mochila cruzada hablará de cine hipnótico y visionario. El consumidor de multisala, de tedio profundo. Ambas percepciones están justificadas
Three Times se planteó como la suma de tres episodios, dirigidos por otros tantos cineastas, en torno a las atmósferas que propician el nacimiento del amor y los condicionantes sociohistóricos que lo frustran. Pero problemas de financiación provocaron que fuese finalmente el realizador taiwanés Hou Hsiao Hsien (Tiempo de vivir, tiempo de morir; El maestro de marionetas) quien se ocupase del conjunto, lo que supuso una variación en el concepto original. “Decidí enseñar” –explica Hisao Hsien- “cómo puede cambiar la manera de expresar el amor en diferentes épocas de los tiempos modernos”.
Chang Chen y Shu Qi encarnan a los protagonistas en los tres momentos que abarca la película: En el ambientado en 1966, un joven que cumple el servicio militar conoce en unos billares a una chica a la que buscará cuando ella cambie de trabajo (el tiempo del amor). El segundo transcurre en 1911, y liga al cliente de una casa de citas con una de las cortesanas (el tiempo de la libertad). El último acontece en nuestro presente, y retrata la difícil relación de dos amantes presos de otras relaciones y de sus caracteres (el tiempo de la juventud).
A los pocos minutos de estrenarse en España Three Times ya ha sido posible leer ese tipo de críticas hiperbólicas, reservadas casi en exclusiva al cine oriental de autor, que nos hablan de una obra magna, visionaria, que reduce a cenizas el resto de la cartelera y nos descubre inimaginables universos cinematográficos. Tampoco han faltado, por supuesto, las referencias al “poder hipnótico” de las imágenes creadas por Hou Hsiao Hsien. Desgraciadamente, los psicólogos no terminan de ponerse de acuerdo sobre las implicaciones de un trance hipnótico, que para algunos es un estado alterado de conciencia y para otros un sopor profundo. Por nuestra parte, durante la proyección nos hemos debatido ferozmente entre ambos estados.
Posiblemente, el espectador disfrutará más de la experiencia si la toma como un trabajo de transición, arbitrario y libre de Hsiao Hsien, capaz de ofrecer una de cal y otra de arena con un simple cambio de plano. Su capacidad como cineasta está en cualquier caso fuera de duda: Tomas sostenidas, de encuadres muy meditados, que privilegian el movimiento natural de los actores sobre los deslizamientos de cámara. Fundidos pausados. Unas cualidades fotográficas y sonoras que sumergen al espectador en la escena -permitiéndole olvidar que se halla ante una recreación, en ocasiones del pasado- y que transforman mágicamente el presente de la ficción en un presente intemporal, propio; una obsesión del autor, como refleja uno de los diálogos de Three Times: “Ni pasado, ni futuro. Sólo un presente hambriento”.
Frente a tantas cualidades, las innegables cursilería y reiteración que impregnan el tiempo del amor; la discutible decisión de dejar los diálogos del tiempo de la libertad en manos de docenas de intertítulos, obviando por lo demás la riqueza expresiva del cine mudo y manteniendo los fundidos elípticos, lo que conduce a una difícil comprensión de los hechos y a una clamorosa falta de ritmo (el público podrá distraerse atendiendo a la bellísima composición pianística que ilustra el episodio); y un tiempo de la juventud que, a pesar de suponer visualmente cierta ruptura respecto a los anteriores, ya lo habíamos visto: se llamó Millenium Mambo y fue dirigido en 2001 por el propio Hsiao Hsiaen.
De modo que quien esté dispuesto a dejarse seducir por la voluta, la nota musical, la inconfundible marca del autor, entrará en éxtasis con Three Times. Quien, en cambio, busque una peripecia dramática convencional, una reflexión trabajada sobre el amor, o una mirada más abierta y menos autocomplaciente, que busque otra opción o entre en la sala con una almohada.