Al menos logra mantener la atención debido a la bizarra combinación que hallamos en esta coctelera.
En la reseña que por aquí le dedicamos hace tres años a ¿Hacemos una porno\? ya le dábamos un buen repaso a la carrera cinematográfica de Kevin Smith. A la luz de lo allí expuesto, nada hacía prever que el director de New Jersey iba a entregarnos a continuación un producto de las características de Vaya par de polis, deficiente se mire por donde se mire. Empeñado en sorprendernos con giros inesperados, el orondo cineasta se embarcó en Red State, curiosa producción que logró cosechar los premios a la mejor película y mejor actor en el ya lejano Festival de Sitges de 2011.
Dividida en tres actos, el film nace con vocación provocadora y descolocadora. Si en un primer segmento creemos estar ante la típica cinta de adolescentes salidos en busca de sexo –poco nos hubiera extrañado, dentro del historial de Smith–, de pronto un cambio brusco en su orientación nos sumerge en una inquietante trama donde un grupo de fanáticos religiosos –inspirados por personajes reales– exponen sus peregrinas teorías sobre Dios y el mundo en que nos ha tocado vivir. Finalmente, el devenir de la historia desembocará en terrenos más propios de la acción, sin renunciar a las reflexiones asociadas a la religión y a la moral en general.
Desde luego, Smith suma unos cuantos puntos gracias al riesgo asociado a la exploración de nuevos horizontes en su carrera. Si bien no es totalmente original en sus planteamientos –él mismo propinó un buen repaso al cristianismo en la irreverente Dogma (1999)–, al menos logra mantener la atención debido a la bizarra combinación que hallamos en esta coctelera, demostrando de paso ser un cineasta más que apto a la hora de rodar dinámicas escenas de tiroteos y persecuciones, algo de lo que no nos había dado demasiadas muestras hasta la fecha.
También destacan las interpretaciones de Michael Parks como líder fundamentalista y de John Goodman como agente federal. Ambos actores crean dos caracteres contrapuestos que mantienen en marcha la historia pese a la frialdad que transmiten sus compañeros de reparto, y sus monólogos se cuentan indudablemente entre lo mejor de la cinta, dando buena muestra de que el director y guionista de Red State ha retenido su buen oído para crear frases certeras.
Sin embargo, la estructura aquí empleada se nos antoja demasiado anárquica y descuidada como para conseguir dar forma a una película redonda. Parece que estemos ante un ejercicio de corta y pega de diversas ideas que han ido acudiendo a la cabeza de Smith –algunas con más acierto que otras, qué duda cabe– pero que no acaban de cuajar puestas todas juntas, o al menos no del modo en que las ha pretendido ensamblar el estadounidense.
Así pues, aunque es encomiable el cambio de tono, el producto resultante se queda a mitad de camino de demasiadas cosas, pecando de irregular y sin terminar de convencer plenamente en ninguno de los palos que toca. Se agradece la osadía de su director, pero es deseable que en un futuro sepa aplicar el muestrario de sus virtudes a un título menos descompensado.