La España profunda ha servido en varias ocasiones como escenario donde la venganza y los instintos más perversos se daban cita de manera un tanto escabrosa. Ya lo hizo Jose Luís Borau en su obra más conocida y premiada Furtivos, al igual que Carlos Saura en El séptimo día narrando los crímenes de Puerto Hurraco.
La noche de los girasoles se desarrolla en un ambiente asfixiante, sensación que se va haciendo más presente conforme la narración va complicando la vida a unos personajes sometidos a situaciones límite. La estructura de la historia se fragmenta en seis capítulos (el hombre del motel, los espeleólogos, el hombre del camino, la autoridad competente, Amós el loco y El Caimán), con un hilo conductor común, pero con la ventaja de que los puntos de vista del relato se multiplican.
Así, las palabras de su director Jorge Sánchez-Cabezudo cobran mayor sentido cuando define a su película alejada en términos de obra coral, ni con un protagonista y varios secundarios, sino que el protagonismo resulta compartido, tomándose el relevo de una historia a otra. Por tanto no estamos ante una narración lineal de los hechos. En la cinta, la trama nos lleva a recorrer situaciones extremas a través de unos personajes movidos por las circunstancias y ajenos a toda justificación moral, en una atmósfera enrarecida en la que prima la supervivencia a toda costa.
La ópera prima de este joven director –ha hecho sus pinitos como director de cortometrajes, entre ellos La gotera, con el que ganó numerosos premios- ha sido rodada con gran astucia, desprendiendo en cada episodio la dosis suficientemente eficaz de suspense a lo largo de todo su metraje y tras el que se esconde un elenco interpretativo solvente, revelándose el director con pulso firme en la dirección de actores. El cineasta aprovecha la escasa simpatía que suscitan algunos personajes para removernos en el asiento con escenas violentas que provocan reacciones movidas por la desesperación, dejando en ellos una huella imborrable.
Cruda, bien desarrollada y mejor interpretada, La noche de los girasoles consigue su propósito al mantener, sin titubeos, el suspense necesario, motor de la acción narrativa, con un estilo bien definido, propio de cineastas que llevan un camino recorrido en esto de la dirección. El estreno de Jorge Sánchez-Cabezudo en el mundo del largo no ha podido correr mejor suerte.